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INSIGNE PATRIOTA

Guillermo Sánchez Borbón: ¡Panamá, eternamente agradecida!

Se despidió de este mundo terrenal el irrepetible e irreemplazable Guillermo Sánchez Borbón. Ortega y Gasset escribió que el premio mayor al que podía aspirar un ser humano era… ¡poder irse tranquilo! Nuestro poeta y periodista, guerrero incansable por la libertad y la justicia, se nos fue como los valientes… ¡tranquilo!

Conocí a Guillermo gracias a nuestro amigo Iván Robles (q.e.p.d.), en aquellos días en que iniciábamos las gestiones para conformar un diario libre que llamaríamos La Prensa. Conectamos de inmediato. Esto le pasaba a todo el que lo llegaba a conocer. Hablar con él era como si se abriera una enciclopedia histórica universal que de inmediato te llevaba a suponer que contaba con varios doctorados, pero entonces te enterabas de que no había completado ni la primaria, y tu admiración se multiplicaba en forma geométrica. Sentías que estabas frente a un gigante, cuando enseguida afloraba su humor y su extremada humildad, al punto de que te sentías en presencia de un gran niño, ingenuo, puro, tímido y feliz. Resultaba ser un niño gigante lleno de sabiduría, para quien todo era dar. No existía en él una sola fibra egoísta, ningún apego a lo material. Era un ser único en la enormidad de su humanidad.

Poeta, novelista, periodista, guerrero implacable… y un gran conversador. Pasar un rato conversando con Guillermo era lograr el privilegio de una educación variada, profunda y universal respecto a temas esenciales; un rato agradable impregnado siempre con un aire de travesura juguetona que lo convertía en experiencia deliciosa.

La democracia panameña tenía con Guillermo una gran deuda que afortunadamente el Estado saldó recientemente, otorgándole la Condecoración Manuel Amador Guerrero, en grado de Gran Oficial, de manos del presidente Varela.

Inventó, sin siquiera intentarlo, un nuevo género periodístico: la columna de opinión humorística ilustrada y a la vez informativa. Durante la autocracia más feroz de nuestra historia logró que los panameños fuéramos perdiendo el miedo y que –a través de su ponzoñosa pluma – brotara el grito colectivo de una ciudadanía con ideales y espíritu de lucha. Una cosa es escribir y otra, muy distinta, es lograr comunicar a través de ese ingrediente – el idioma – que hace sentir al lector que le tocan el alma. Guillermo – con sus escritos – llegó a mover el alma nacional, y a la vez se convirtió en la conciencia nacional.

Alguien escribió que los grandes escritos nacen de grandes injusticias. En Pocas Palabras de Guillermo Sánchez Borbón pasará con gloria a la historia política y periodística de nuestra nación. Su pluma – con profundidad y original humor - ¡pudo más que todos los hierros juntos!

Guillermo experimentó la pasión ideológica en su vida y aun cuando fue miembro de partidos políticos, nunca fue político (como escribió Uslar Pietri de Neruda), en el sentido estrecho y subalterno de estar metido en un dogma o ejecutando órdenes o asistiendo a reuniones; estuvo en la política por su pasión por la justicia.

A pesar de haber abandonado las ideologías, Guillermo conservó intactos sus ideales de juventud. Vivió con una intensa sensibilidad por los más débiles… y en eso fue y será siempre, ejemplo para todos nosotros.

Cuando vivíamos nuestro segundo exilio en Miami, a Guillermo lo forzaron a salir del país por segunda vez, esta a Caracas. Nos preocupamos por su soledad. Le insistimos que fuera a Miami; a él no le atraía una ciudad de exiliados en el sur del imperio. Un día se sintió mal y lo convencimos de que en Miami tendría la ventaja de verse con el amigo y médico panameño Roberto Reyna. Llegó a Miami y Maruja lo “adoptó”; lo llevó a ver a Roberto y le organizó un apartamento en un simpático sector caminable de Miami, y Guillermo – sintiendo el calor fraterno de los suyos – se recuperó. Juan Martín escribió: “el destino de los exiliados es saber más de la libertad que de la rutina”. Todos los días Guillermo tomaba su bus e iba al banco donde yo trabajaba, me interrumpía y nos dedicábamos a conspirar activamente contra la dictadura; íbamos a almorzar a un huequito (era tan humilde que no se podía llamar “restaurante”) donde nos metíamos un bistec de palomilla encebollado, con moros y cristianos… ¡de película! Nos servía una simpática dominicana a quien teníamos convencida de que Guillermo sería el próximo presidente de Panamá (al tiempo que pensábamos ¡Dios nos libre!). Ella se lo creyó y atendía a Guillermo como si fuera “el señor presidente”. Un día no se contuvo más y le brotó un ruego: “don Guillermo…

¡lléveme con usted para la Presidencia. No se preocupe si ya tiene primera dama; yo acepto ser segunda, tercera o cuarta!”. Fueron años de angustia, pero también de satisfacción. Todos nos crecimos en la adversidad y logramos, junto a muchos otros exiliados, desconectar el apoyo del Gobierno norteamericano a Noriega… y ese fue el principio del fin de la dictadura.

Allí, durante ese exilio, Guillermo, además de maestro y amigo, se convirtió en hermano mío y en hijo de Maruja. Su amistad fue para nuestra familia un singular privilegio. Nos enseñó con el ejemplo diario la certeza de las palabras de Einstein: “Solo una vida vivida para los demás es una vida de valor”.

Por encima de todos los títulos y honores que recibió, Guillermo Sánchez Borbón era reconocido por todos los panameños como un insigne patriota… y con ese título este ciudadano le rinde tributo y admiración.

Hasta luego, querido Guillermo. Dejas atrás a un Panamá agradecido e iluminado por tu ejemplo.

El autor es fundador del diario ‘La Prensa’.


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