Está emergiendo un nuevo homínido. La especie mutante es portadora de información, pero no de conocimiento; busca respuestas al toque de una tecla, mas no en los estantes de una biblioteca; fabrica noticias falsas y arengas de miedo para ganar popularidad; suplanta el estudio de filosofía y ciencia por el de utilitarismo y charlatanería.
Las plataformas digitales son el hangar desde donde despegan sus ideas paranoicas y conspirativas contra la sensatez y la rigurosidad científica. Sus alforjas académicas caben en los 280 caracteres de un tuit o en solo una imagen de Instagram. La pésima ortografía y el lenguaje balbuceante delatan su desidia intelectual. Su música predilecta no refleja exquisitez auditiva, sino el placer por estridencias grotescas. En vez de socorrer a un accidentado, le urge primero unas fotos del acontecimiento. Hasta para cepillarse los dientes es primordial un selfi que difunda ese momento cumbre.
Este ser contemporáneo surge en una época donde la comunicación ya no es física, sino virtual. Ahora, hasta el cretino más vulgar transmite sus ideas desde la comodidad del móvil u ordenador, con identidad real o falsa, amparándose en la impunidad del anonimato. Según la interpretación y conveniencia del lector, lo mismo vale un garabato escrito por un zoquete que el mensaje elaborado por un premio Nobel.
Los disparates se propagan sin filtro alguno. Según estos eunucos mentales, los programas de educación sexual de la ONU pretenden convertirnos a todos en homosexuales, porque hay exceso de población. Organizan turbas pro-familia para repudiar el matrimonio igualitario, pero no para condenar el abuso infantil del clero. Cuando el agresor lleva sotana, el delito se transforma en inocuo pecado.
Los medios irresponsables, alegando libertad de expresión, les permiten rebuznar sus apologías de odio sin someterlos a un mínimo de cuestionamiento profesional.
El esnobismo transmutó a primitivismo. La Tierra continúa siendo plana y la llegada del hombre a la Luna es una ficción. Los efectos del cambio climático son un fraude para detener el negocio neoliberal. Los fármacos y los alimentos transgénicos son una invención de empresas multinacionales y científicos de alquiler para lucrar y controlar el crecimiento demográfico.
No les importa que, en tiempos de naturistas y ausencia de medicinas preventivas o terapéuticas, la expectativa de vida no pasaba de los 40 años. La moda actual es atacar a las vacunas contra el VPH y el sarampión, citando infundadas adversidades e ignorando que el cáncer uterino sigue matando mujeres y el letal sarampión haya retornado después de su casi erradicación. Les afecta más la dermatitis de su gato que si un niño sucumbe a infecciones prevenibles por inmunización.
Ver a uno de estos ejemplares en cargos públicos es aún peor. Desconocen el significado de la ética y, como la inteligencia no les da para una carrera empresarial exitosa, hacen de la política un juego clientelar de compraventa. Calumnian al individuo honrado y capaz, porque esa cercanía no conviene para sus aviesas intenciones.
En fin, el Homo sapiens travestido en Homo imbecilis, ante la complicidad de la postmodernidad. Patético…
El autor es médico