Desde su aparición hace 200 mil años hasta lo que puede deparar su porvenir, el historiador y filósofo israelí Yuval Noah Harari describe, con prosa inteligente y amena, el proceso evolutivo de nuestra especie, en dos sendas obras literarias tituladas: Sapiens. De animales a dioses, (breve historia de la humanidad) y Homo deus (breve historia del mañana). Después de leer estos magistrales ensayos, quedé perplejo al percatarme de la gran oferta universitaria por las carreras de derecho, periodismo y tecnicismo utilitario, pero la nula demanda por el estudio de las humanidades. Al ritmo que vamos, Panamá será una nación de gente no pensante ni reflexiva, sin ética, víctima de la inmensa cantidad de charlatanes y populistas que pululan en el entorno. Convendría, por tanto, incorporar el análisis de este tipo de libros al currículo escolar, más ahora que se debate a nivel mundial sobre la transformación de la educación tradicional, con miras a reforzar el pensamiento crítico de las generaciones venideras.
En su primera entrega (2011), el autor divide la obra en cuatro partes. La primera se adentra en los orígenes de la humanidad, con la aparición sobre la Tierra del género Homo hasta llegar al triunfo del sapiens sobre otras especies de humanos y animales. Se narra el impacto que tuvo la “revolución cognitiva” (desarrollo del lenguaje ficcional) en la exterminación de otras especies “inferiores”, con la aniquilación que infligimos a los neandertales (quienes convivían con nosotros en paralelo, pero carecían de habilidades de comunicación), quizás el primer ejemplo de genocidio conocido. La segunda sección se refiere a la “revolución agrícola” (período neolítico) que detalla la transición de una sociedad de cazadores nómadas hacia una de agricultores sedentarios, evento que tuvo lugar hace unos 10 mil años. En este segundo escalón de progreso, se formaron organizaciones complejas que orientaban la producción y distribución de los bienes, dando cabida a la jerarquización grupal, con que las clases “superiores” (reyes, sacerdotes, patronos feudales) dominaron y explotaron a las masas de trabajadores. Surgió el patriarcado, una política de opresión de los hombres (individuos más fuertes para el trabajo de la época) sobre las mujeres, fenómeno que ha persistido hasta la actualidad de manera vergonzosa.
La tercera parte nos sumerge en la modernidad, a partir de la ambición globalizadora de los grandes imperios mundiales (español y británico), que con el afán de demostrar superioridad y colectar tesoros, “civilizaron” a otros pueblos a través de la evangelización (“revolución religiosa”), forzando el cambio de creencias politeístas primitivas a monoteístas a través de inculcar intolerancia para los que no aceptaban la verdad única cristiana. El acápite final es dedicado a la “revolución científica” de los últimos 500 años, con las brillantes teorías de Darwin y Laplace (que no requerían el invento de una divinidad diseñadora para explicar el origen de los seres vivos y del universo), la invención de la rueda, el descubrimiento de la electricidad, hasta culminar con la llegada del hombre a la Luna y los grandes avances tecnológicos de la ingeniería genética, la comunicación cibernética o la expansión del conocimiento a través de computadoras y dispositivos portátiles. Se discuten las limitaciones éticas de este nuevo poder que también, como consecuencia adversa, acelera el deterioro climático, agrede a su propio hábitat y se despreocupa de la felicidad de millones de habitantes que viven en precariedad y desfase evolutivo.
En la segunda entrega (2015), Harari comenta sobre la nueva especie del Homo deus, profetizando que tras la conquista de las grandes amenazas a nuestra supervivencia (esclavitud, enfermedad, hambruna, nacionalismo, discriminación, guerra), se podría vislumbrar un futuro donde se vence a la muerte mediante el uso de la nanotecnología, la medicina regenerativa y la clonación genética para erradicar mutaciones perniciosas. Será más frecuente quitarse la vida que morir en un conflicto bélico o sufrir obesidad que sucumbir a la inanición. El azúcar será una sustancia más criminal que la pólvora. Google, Facebook y las otras redes sociales se convertirán en monstruos insaciables, con poderosas bases de datos, capaces de almacenar hasta el último recoveco de la conciencia individual, desde la utopía más bella hasta la pasión más miserable. Un buen sistema de información nos conocerá mejor desde fuera que nosotros mismos desde dentro. El humanismo morirá para dar paso al “dataísmo”. Los datos apilados nos recomendarán las canciones que queremos escuchar, los productos que deseamos adquirir, los tratamientos que necesitamos recibir, los libros que debemos leer o las personas que son más afines con nuestra orientación sexual. La inteligencia artificial nos irá desmarcando del mercado laboral convencional, obligándonos al ejercicio de novedosas faenas.
La ciencia eliminará el concepto del “alma” y la mayoría de las afirmaciones factuales de las religiones. Museos y bibliotecas digitales ocuparán el lugar de iglesias y templos. Será un mundo que habrá erradicado la subjetividad, suprimido el espíritu supersticioso y desbancado al hombre de su puesto central en el cosmos, una especie de obituario de su milenario ego. El Homo deus será una malla de algoritmos bioquímicos y electrónicos, sin obstáculos, fronteras ni atavismos dogmáticos. Las tareas básicas serán realizadas por robots y una legión elitista vivirá en otros planetas. En pocas palabras, lo que nos hizo sapiens nos hará dioses.