Alvin Toffler, el escritor que en 1970 vio y describió con pasmosa claridad lo que hoy muchos siguen sin ver ni entender, ha muerto. Toffler, quien inventó el término shock del futuro, como un derivado de la expresión shock cultural, predijo acertadamente y con muchos años de anticipación que, con la multiplicidad de opciones que el arribo de la tecnología brindaba a la humanidad y el cada día más fácil acceso a la comunicación, se gestaba una nueva era que transformaría nuestra vida pública y privada.
Con enorme lucidez, Toffler demostró que sería el conocimiento, no el trabajo ni las materias primas, el que se convertiría en el recurso económico más importante de las sociedades más avanzadas. En el libro que lo catapultó a la fama mundial, El shock del futuro, Toffler nos advirtió de que dicho cambio se produciría en la intersección entre ciencia, capital y comunicaciones, y nos previno sobre las posibles repercusiones negativas del cambio en ciertos sectores de la población.
“La estruendosa corriente del cambio”, escribió Toffler, “está produciendo ‘averías de confusión”. Un tipo de deterioro en la sociedad que causaba efectos visibles y cuantificables en los individuos, propiciaba matrimonios fallidos, familias abrumadas, una creciente delincuencia, masivo consumo de drogas y un nuevo tipo de alienación social.
Después del éxito inicial de El shock del futuro vinieron otros libros, ahora firmados por los esposos Toffler, Heidi y Alvin, como La tercera ola y Cambio de poder. En estos, como en el libro anterior, los Toffler nos avisaban que “estábamos a punto de llegar tarde al mañana”, como escribiera el crítico literario de Los Angeles Times John Balzar. Quizá fue por ello que políticos como Mijail Gorbachov, el primer ministro de China Zhao Ziyang, y empresarios como el mexicano Carlos Slim, le buscaron, le leyeron y le escucharon.
Hoy que los populismos xenófobos están ganando terreno en Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña bajo la falsa promesa de un mítico regreso a la “edad dorada”, a un pasado tan irrepetible como injusto con las minorías étnicas, a trabajos bien remunerados en industrias que fueron incapaces de competir en la era de la globalización, he vuelto a reflexionar sobre la actualidad y la lucidez de Toffler, y lamento mucho no poder ir a verlo para oír sus penetrantes análisis de esta nueva y aterradora realidad.
Yo tuve la suerte de conocer a Alvin en la década de 1990 y de intercambiar opiniones en reuniones públicas y cenas privadas. Hoy eso ya no es posible. Me quedan, sin embargo, sus textos y algunos recuerdos de nuestras conversaciones. En sus libros, los Toffler nos previnieron de la inutilidad de quedarnos atascados en un pasado industrial obsoleto. Nos recordaron que la política, la economía, la información es ahora más que nunca transnacional, pero también insistieron siempre en su convicción de que la globalización no era una invitación o un pretexto para que el ser humano perdiera su esencia humanista. El ser humano, para los Toffler, era intelecto y conocimiento, pero era también una persona con una enorme capacidad afectiva, con emociones y con un espíritu compasivo.
Es evidente que con la globalización la desigualdad económica ha aumentado, pero es también un hecho irrefutable que es impensable darle vuelta atrás al reloj: la globalización no tiene reversa. Así las cosas, lo que toca es exigir a los políticos que al elaborar sus políticas piensen en la prosperidad compartida. Hay que luchar para integrar a la sociedad, no para dividirla con muros de piedra o de odio racial/étnico. Hay que sustituir la avaricia por la solidaridad. Hay que entender el mundo como un espacio de inclusión hacia el progreso de todos, no solamente de unos cuantos. Creo que al resaltar las “averías de confusión” de la década de 1960, Toffler nos advertía sobre los aspectos aberrantes del futuro para invitarnos a reparar las averías y construir juntos un futuro mejor para todos.
Toffler no fue un adivino, él se veía como un cartógrafo cuyo trabajo era trazar mapas sobre regiones desconocidas, pero reconocibles para quienes con inteligencia y don de gentes sabían ver, entender, describir y analizar.
