ELEMENTOS INSEPARABLES

Institucionalidad , transparencia y democracia

Si algo tenemos los panameños es la capacidad de apropiarnos de conceptos que sirven como elementos de discursos para el envío de mensajes, principalmente, políticos. Desde luego, esos conceptos, como en el caso de la institucionalidad, la transparencia y la democracia, conforman una tríada que para el portador del mensaje es indisoluble.

El primero es el de la institucionalidad, concebida estrechamente como un factor vinculado al ejercicio del poder político, sin entender que hace alusión a todo lo que es y lo que permite el desarrollo de tareas sociales, políticas, culturales y económicas, óptimas para beneficio social y no particular.

Pero esa institucionalidad puesta en boca de farsantes pretende ser apoyada con la cacareada transparencia que es traída como condimento al discurso engañador. Las instituciones no pueden funcionar, y hablemos por ejemplo de los poderes legislativo, judicial y ejecutivo, y de todo lo que hace posible el desarrollo de la gestión pública, si no se está más allá de toda duda.

Precisamente, quienes tienen la función primaria de preservar la llamada institucionalidad con transparencia, puesto que tienen los resortes de los poderes políticos y económicos, parecieran actuar contrario a esto, pero a favor de sus intereses, que puestos al escrutinio público pudieran no soportar la más mínima investigación. Y, entonces, sobre la base de la “institucionalidad” y de la “transparencia”, dicen que se hace y fortalece la “democracia”, hecha a la medida de sus tamaños y de sus pensamientos, porque hay otra institucionalidad, transparencia y democracia para los de abajo.

Las declaraciones públicas de Ramón Fonseca Mora no pueden ser tomadas a la ligera y menos argumentar legalismos para obnubilar el presunto mar de fondo. Nadie duda de las vías constitucionales para juzgar al primer mandatario del Estado panameño. La discusión profunda, por un lado, está en la parte ética y hasta moral de quien representa al país, que hoy está siendo afectada por los pronunciamientos de una persona íntimamente allegada al poder. De pronto diría alguien que Fonseca Mora puede “hablar del monstruo porque ha vivido en sus entrañas”, pensamiento propio del autor cubano José Martí.

En un país mínimamente serio ya estaría en marcha una investigación que debe ser prolija, porque los duros señalamientos del escritor alcanzan a todos los poderes del Estado y, de manera principal, al ejecutivo y al judicial, este último responsable de la sagrada misión de tratar con la justicia, que no puede darse el lujo de caer en el terreno de la incertidumbre.

Pensar que se puede jugar con la institucionalidad sin transparencia (con afectación a la democracia) es un error gravísimo que puede costar mucho a la sociedad. He venido señalando que entramos en un camino peligroso y lleno de espinas, sin posibles retornos y con pasos cada vez más acelerados. El caso Odebrecht ha cerrado espacio de manipulación al gobierno, que se ve precisado a atenderlo, sin sesgo ni sectarismo, porque la realidad, que es más rica que la forma de pensarla, lleva a percibir a la gente otra cosa, y eso también es grave.


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