Toda iniciativa contiene aspectos negativos y positivos. Ya vertí mis críticas adversas. Como era lógico suponer, en una sociedad conservadora carente de debate reflexivo en el tema religioso, los descréditos ad hominem no tardaron en aparecer. Dos de esos ataques poseían alguna que otra superflua cavilación intelectual que ameritaba riposta. Al sacerdote Miguel Keller le respondí en redes sociales. Espero que su galimatías cognitivo no haya indignado a sus alumnos universitarios más acuciosos. A Ruling Barragán, cuyos efluvios mentales son más propios de teólogo frustrado que de filósofo académico, le sugeriría leer el ensayo sobre cientificismo de Mario Bunge, uno de los pensadores más brillantes de América Latina, para que rellene vacíos analíticos y evolucione en la esfera racional. Describo, ahora, algunos beneficios de la JMJ analizados retrospectivamente.
Uno de los mayores provechos fue evidenciar la convivencia cordial entre panameños y extranjeros de diversas culturas. La alegre simbiosis demostró que somos un país cosmopolita, con pocas conductas xenófobas reales. Fue refrescante la actitud ecológica de los visitantes, particularmente europeos y asiáticos, esmerándose por ahorrar agua y luz, recoger desechos, evitar contaminación ambiental y caminar bastante. Pese a no ser creyente, disfruté viendo el éxtasis de muchos compatriotas ante la presencia de su líder espiritual. Entre corrupción, alto costo de vida, economía contraída, justicia selectiva y deficiencia en servicios públicos educativos y sanitarios, nuestra sociedad tenía secuestrada su felicidad por la clase política.
El Gobierno trabajó más en las últimas cuatro semanas que en los cuatro años anteriores. Se aceleraron obras, repararon calles y pintaron estructuras que tenían tiempo en el abandono. El presidente estuvo inusualmente puntual en los actos papales. Para fortuna del sector salud, la afluencia de peregrinos fue bastante menor a la estimada. Solo ocurrieron afecciones respiratorias, gastrointestinales, alérgicas, quemaduras, traumas y episodios de deshidratación banales. Lo más serio fue la malaria en mochileros africanos, contenidos adecuadamente por el personal asignado. Aunque la equidad de género y la trascendencia de la ciencia fueron temas ignorados en la JMJ, aplaudo que Francisco haya favorecido la enseñanza de educación sexual en colegios.
Hubo también anécdotas reprochables. Los medios televisivos, armas de evangelización masiva, hicieron un despliegue informático asfixiante, narrando cada movimiento del pontífice como si fuera un extraterrestre. Poco faltó para introducir cámaras en el inodoro del avión e indagar si sus necesidades fisiológicas eran diferentes a las del resto de los mortales. Debe ser extenuante para un anciano de 82 años, por más bondad y humildad que albergue, someterse a tan fastidioso asedio. Se difundieron imágenes distorsionadas de nubes para inducir pareidolia en la población. Algunos taxistas y comerciantes subieron sus precios habituales a los turistas. Un sacerdote arremetió contra Sandra Sandoval, nuestra querida artista nacional. Los templos se abarrotaron de lambones, fariseos y hampones de varios partidos. A estos, cualquier sermón de decencia entra por el yunque de un oído y sale inalterable por el estribo contralateral.
En espera de la rendición de cuentas económicas, considero que Panamá se lució. Ojalá eso sirva para mejorar nuestra maltrecha imagen internacional. Amén…