En julio de 2018, luego de un intercambio con economistas del Banco Mundial, BBC Mundo publicó una lista de los países más desiguales del mundo, tomando como base su informe “Taking on Inequality” (2016). El reporte ubica a Panamá con la sexta peor distribución de la riqueza del mundo (Coeficiente Gini), en una lista liderada por Suráfrica y Haití, donde 8 de los 10 principales países del ranking están en la región latinoamericana.
La desigualdad social es nuestro peor enemigo, pero sigue siendo para muchos un término abstracto, cuyo impacto personal poco entendemos, máxime cuando en lo que va de siglo hemos aumentado dos veces y medio el tamaño de nuestra economía y creado más de 900 mil empleos.
Los jóvenes han sido los grandes “marginados del boom” que ha vivido Panamá, muy en particular en materia de empleo, marginación paradójicamente acentuada a partir de 2009. Según cifras del Instituto de Estadística y Censo (INEC) de la Contraloría General de la República, entre 2004 y 2009 el empleo juvenil (15 a 29 años) creció de manera cónsona con la expansión de la empleo (17%). Luego ocurre el fenómeno llamado “Efecto Tijera”, el aumento desproporcionado del empleo adulto (más de 30 años) en relación al juvenil. Entre 2009 y 2017 la empleomanía aumentó en 30%, el empleo de adultos creció 42% (12 puntos por encima del global) y el juvenil apenas lo hizo 3%, 27 puntos por debajo del promedio nacional y 12 puntos inferior a su crecimiento poblacional (15%).
Estamos ante un fenómeno estructural, no coyuntural, difícilmente abordable a través de programas, proyectos e incluso gobiernos de manera aislada. Teniendo en consideración que en el año 2015 se graduaron 105,286 jóvenes de educación premedia, media y superior (INEC), anualmente unos 60 mil estudiantes egresan del Inadeh (la gran mayoría menores de 30 años), unos 12 mil adolescentes abandonan la educación premedia y media, cuyo nivel de deserción es del 56% (2009-2015), y el 95% de los graduandos humildes no continúa sus estudios (Banco Mundial, julio 2012), podemos conservadoramente estimar que anualmente unos 90 mil o 100 mil jóvenes comienzan a buscar una manera de ganarse la vida.
Sin embargo, entre 2004 y 2017 la economía panameña generó en promedio unos 36 mil empleos anuales, y a pesar de que los jóvenes son un tercio de la población en edad productiva, solo el 16% de estos empleos ha sido juveniles. La matemática es sencilla: 100 mil no caben en 36 mil. La implicación también: La cantidad de jóvenes que ingresa al mercado laboral es históricamente muy superior a la capacidad de este para absorberlos.
La Organización Internacional del Trabajo pronosticó que en 2018 el desempleo en el segmento entre los 16 y 24 años en Latinoamérica será de 19.6%, el más alto en 14 años. Panamá no es la excepción.
La educación es el camino, y acortar el tiempo entre el salón de clases y la generación de ingresos, el más grande desafío. El divorcio entre el sistema educativo y la realidad laboral del país es el mayor obstáculo, más aún si los estudiantes lo abandonan prematuramente.
Hay grandes esfuerzos por parte del Ministerio de Trabajo, Inadeh, Ministerio de Desarrollo Social, Cospae y otras organizaciones, tanto públicas como privadas, en pro de la inserción laboral e inclusión productiva de jóvenes, pero se hace necesario hacer mucho más. La igualdad de oportunidades dependerá de nuestra capacidad para democratizar el conocimiento y alinear la oferta académica a lo que demanda el sector productivo.
El autor es asesor empresarial