El mes de diciembre nos trae momentos bonitos para compartir y los recuerdos de las reuniones familiares. Se constituye también en el cierre de las jornadas anuales académicas, laborales y culturales. De allí que se dan actividades artísticas donde participan jóvenes y adultos de las diferentes academias de arte de nuestro país. Disfrutando de una de ellas pude constatar el talento aunado al crecimiento personal, pero también las situaciones incómodas donde alguno se rendía presa de los nervios, principalmente los más “nuevos”. También la creatividad necesaria frente a los inconvenientes, que si el juego de luces o problemas con el audio ( ¡terrible si estás cantando y no sabes que tienes el micrófono apagado!, peor que si se te rompiera el vestido en el escenario). Uno de mis maestros de actuación nos decía que “para ser artista no debías tener miedo al ridículo”. Y yo le añadiría “no quieras ser famoso”.
El sendero del arte, en todos sus géneros, es muy tortuoso si no se cuenta con un buen guía: alguien que te lleve de la mano y te motive a seguir adelante a pesar de los tropiezos. Ese es el “buen maestro”, quien sin envidia reconoce las habilidades en los demás y ayuda a pulirlas para sacar una preciosa joya.
Siendo una persona de edad madura estudiando piano, también he sufrido cierta forma de discriminación, ya que en nuestro país “después de los 35 años de edad eres una momia”. Pero eso sería motivo de otro escrito.
Por eso decidí compartirles el cuento: Sigue tocando.
Con el fin de dar ánimo a su hijo para que progresara con el piano, una madre llevó al pequeño a un concierto de Paderewski, el gran pianista y compositor polaco. Después de sentarse, la madre reconoció a una amiga en la platea y fue a saludarla. El pequeño, cansado de esperar, se levantó y comenzó a recorrer el lugar hasta que llegó a una puerta donde estaba escrito: “Prohibida la entrada”.
Cuando las luces se apagaron y el concierto estaba a punto de empezar, la madre regresó a su lugar y descubrió que su hijo no estaba allí.
De repente, las cortinas se abrieron y las luces cayeron sobre un impresionante piano de cola ubicado en el centro del escenario. Horrorizada, la madre vio a su hijo sentado al teclado inocentemente, tocando las notas de… ¡Mambrú se fue a la guerra!
En aquel momento, el gran maestro de piano hizo su entrada. Se dirigió rápidamente al piano y, sentándose al lado del niño, le susurró al oído:
-¡No pares, sigue tocando!
Entonces, Paderewski extendió su mano izquierda y comenzó a tocar la parte de los bajos. Luego, colocó su mano derecha alrededor de la del niño y agregó un bello arreglo a la melodía.
Juntos, el viejo maestro y el pequeño aprendiz continuaron tocando la melodía hasta terminarla. El público, emocionado, estalló en un gran aplauso, y el niño se inclinó, sonriendo agradecido.
Tomado de Cuentos para ser humano: cuentos, películas y canciones con valores. Luis M. Benavides. 1ª edición. Buenos Aires. SB. 2007.
¡Bendiciones a todos los educadores en el arte!
La autora es psiquiatra de niños y adolescentes