La trascendencia panameña tiene dos caras y funciona bajo la premisa de las líneas paralelas. Según la antigua teoría, dos líneas paralelas jamás deberían tocarse, porque corren una al lado de otra equidistantes a lo largo de “toda su trayectoria”. En Panamá hay dos tipos de ciudadanos, unos buenos (incluyendo a los que tratan de serlo, voluntaria o circunstancialmente) y otros malos (solo les interesa su comodidad y beneficio). Estos buenos y malos panameños conforman dos universos paralelos. Desde el punto de vista matemático moderno, según el plano proyectivo, las líneas paralelas se unen cuando tienden al infinito. Por otro lado, basándonos en la curvatura del espacio-tiempo infinito, todas las líneas paralelas han de tocarse. Ahora bien, viéndolo en términos menos físico-matemáticos y más “cotidianos” (dado que el infinito no es un concepto fácil de tragar en seres finitos), reemplacemos “infinito” por horizonte. Ahora llevémoslo al plano nacional; teniendo los panameños un horizonte tan corto (porque a muchos no les interesa “ir” más allá) entenderemos por qué en Panamá el universo paralelo de los malos y corruptos se traslapa constantemente con el de los buenos y honestos. Comprendiendo, también, que la única forma para separarnos de los malos y corruptos es aprender a pensar, desear y esforzarnos “más allá”… levantando el horizonte panameño.
Dicho de forma concisa y precisa, el “espacio tiempo panameño” se dobla (por no decir tuerce o retuerce) a cada rato; y cuando no somos conscientes de ello, tampoco queremos serlo ni recordarlo. Por eso usted verá que tendemos a olvidar rápidamente y nuestra historia cada vez se vuelve más precaria, vulnerable y, eventualmente, romántica; como si fuera una patética y recursiva (¿Ad infinitum?...) historia de amor entre gobernantes y gobernados. Una novela, de estas tan malas, que no se cansan de repetir. Si no me cree, pregúntese: ¿Por qué el panameño vota más por despecho, que por razón? Porque nuestro horizonte es demasiado corto, y en lugar de caminar más allá, nos hemos conformado con dar vueltas en círculos alrededor de los mismos errores. Como el perro que se muerde la cola (que no lo hace por “bruto”, sino por infantil). Somos social y políticamente inmaduros.
La falta de visión y madurez nos hace vivir en un país paradójico, en el que los buenos tienden a ser malos y los malos…“parecen” buenos. Hasta cierto punto es comprensible que, “por debilidad”, los buenos tiendan a corromperse. ¿Pero cómo los malos podrían “disfrazarse de buenos”, o más bien traslaparse?... utilizando las leyes. Hay caminos que, aunque más veloz o lujosamente se recorran, jamás tendrán salida. Reemplazando la moralidad por la legalidad, sin importar qué tan altos construyamos los edificios o largas las carreteras o amplio el Canal, como sociedad (todos) seguiremos cambiando “espejito por oro”. Porque así como la grandeza de un individuo está en sus ideales, el horizonte de una nación ha de estar en sus ciudadanos.