Para cualquier paciente, una aspirina prescrita para problemas cardiacos es fácil de entender. Sin embargo, es distinto cuando se trata de un medicamento que debe inyectarse periódicamente, además del manejo cuidadoso para mantener la estabilidad del producto.
Hablamos de los medicamentos biotecnológicos o “biotec”, desarrollados en la década de 1970, y comercializados en la de 1980, con más aplicaciones clínicas de lo que creemos: desde insulinas hasta los llamados anticuerpos monoclonales o factores de crecimiento. En el caso de la insulina, prescrita para diabéticos, la administración es inyectable y debe ser almacenada en frío, y el paciente se puede autoadministrar. Otros casos requieren la vigilancia y ayuda de personal hospitalario. Así ocurre en padecimientos más complejos, como la artritis reumatoide.
Con el avance de la biología molecular y otras disciplinas, estos tratamientos se han hecho más personalizados. Esto conlleva un cambio de paradigmas en cuanto a seguimiento, dosificación, efectos adversos y, desde luego, los costos por el modelo de producción. El éxito terapéutico de estos medicamentos biotecnológicos plantea un creciente desafío a la capacidad de los sistemas de atención médica de todo el mundo para pagar por ellos. Son productos altamente efectivos, prescritos para afecciones crónicas, con un costo estimado de alrededor de 22 dólares por día.
Para nuestras autoridades de salud y de asuntos regulatorios, esto demanda gran rigor en cuanto a seguridad y eficacia en la introducción de estos productos. Además, es necesario contar con el perfil de requisitos que exigen agencias como la FDA (Food & Drug Administration) o la EMA (European Medicine Agency), pero de manera eficiente. Solo así será posible garantizar que cada individuo tenga acceso a tratamientos adecuados.
La autora es farmacóloga