Hace mucho tiempo que la medicina dejó de ser una actividad propia de sabios, cuya opinión debía ser aceptada sin chistar por parte del paciente y su entorno. La casi infinita sabiduría de los médicos de la antigüedad como Hipócrates o Galeno, ya no tiene cabida. En aquel tiempo, las decisiones eran basadas en las opiniones y observaciones de estos “casi dioses”, que se habían granjeado un reconocimiento general, producto de los resultados obtenidos en sus pacientes, generalmente personas importantes dentro de la sociedad.
Conforme se ha ido desarrollando la ciencia, las decisiones médicas deben ser respaldadas por los resultados de investigación básica y clínica, usando metodología estrictamente diseñada, y cuyos resultados hayan sido validados por métodos estadísticos reconocidos o por resultados equivalentes de otras investigaciones. El concepto tradicional de que la medicina es un arte ha sido poco a poco reemplazado por la idea de que es realmente una ciencia. Obviamente, como toda disciplina donde hay interacción entre seres humanos, existen elementos individuales de cada persona que no pueden ser encasillados dentro de la rigidez de la estadística o las matemáticas. Es allí donde queda ese pequeño elemento de “arte” que sigue presente a la hora de tratar pacientes.
Desde hace casi 40 años, en que se desarrolló el concepto, se considera que la forma correcta de tomar decisiones clínicas es a través de la “medicina basada en evidencia”. Evidencia que claramente debe tener como elemento central la rigurosidad metodológica y la seriedad en la presentación de los resultados, sean estos positivos o negativos. Obviamente, la gran cantidad de nueva información que aparece en revistas y foros médicos complican cada vez más la práctica de la medicina. No solo los médicos tenemos más que aprender, sino que también los pacientes tienen acceso a mucha más información, lo cual nos obliga no solo a cumplir una función de “dar veredictos”, sino de explicar el por qué sí o no, lo que leyó el paciente o su familiar en alguna página web, tiene o no aplicación.
Además, la ciencia no es estática ni mucho menos. Justamente, lo grandioso del método científico es que los resultados son cambiantes, de acuerdo a la acumulación de información que ocurre a lo largo del tiempo. Así, algo que es cierto hoy, puede ser falso dentro de un año, lo que implica cambiar diametralmente lo que se hace ante determinadas situaciones clínicas. Es frecuente escuchar a pacientes -e incluso a médicos- decir que “yo no creo en eso porque en un año dicen que es lo contrario”. Tristemente, así es la ciencia, y para quienes nos dedicamos a ella es una de sus características más maravillosas.
Pero, a pesar de todos estos elementos sobre cómo funciona el desarrollo del conocimiento científico, el ser humano insiste en poner trabas para seguir progresando. Hace una semana causó gran revuelo una sugerencia de la agencia de presupuesto de Estados Unidos al Centro de Control de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés), sobre algunas palabras que deben evitarse al redactar las solicitudes de fondos. El mundo científico quedó perplejo ante esta lista, que evidentemente busca cortarle las alas a la ciencia para cumplir agendas sospechosamente religiosas o de algún otro tipo. Estas palabras son: Feto, diversidad, transgénero, vulnerable y “entitlement”, cuya traducción pudiera aplicarse como derecho o autorización. Pero lo más inaudito de todo fue que también se incluyeron en la supuesta prohibición dos elementos básicos del trabajo del CDC como son: “basado en ciencia” y “basado en evidencia”.
Ante la perplejidad de quienes escucharon esta lista, una de las autoridades trató de explicar cómo debía pedirse el financiamiento de los proyectos, resultando en mayor confusión. Según este individuo, la manera correcta sería: “El CDC basa sus recomendaciones en la ciencia, tomando en cuenta los deseos y estándares de la comunidad”. Obviamente, en el momento que los resultados científicos deben ser matizados por lo que una población decida o desee, pues estamos matando la esencia del método científico.
Pero semejante aberración lo que parece indicar es que hay un serio intento del gobierno de Trump por eliminar los fondos para investigar temas relacionados con células madre embrionarias, aborto y poblaciones vulnerables como los homosexuales, lesbianas, transgénero, etc., además de todo lo que pueda hacerse respaldado en datos estrictamente científicos, como se supone que debemos tomar las decisiones los médicos.
Si a todo esto le sumamos la proliferación de grupos que niegan obsesivamente la evidencia científica, como los payasos de la sociedad de la tierra plana, los peligrosísimos maniáticos antivacunas, los charlatanes de los suplementos alimenticios, el noni y la moringa, o los que se oponen al uso de medicamentos porque ven conspiraciones en todos lados, pudiéramos estar a las puertas de un retroceso en el desarrollo de la ciencia médica, por hacerle caso a quienes tratan de obligarnos a cambiar la estricta “medicina basada en evidencia”, por la absurda “medicina basada en ocurrencias”.
El autor es cardiólogo