Para desconectarme de tanta demagogia en las postrimerías electorales, decidí tomar dos semanas de vacaciones con mi esposa y unos íntimos amigos. Como tampoco pretendía perderme los hechos políticos más relevantes, contados con creatividad, objetividad y picardía, me mantuve fiel desde lejos a las glosas de Flor y a los debates de Sabrina. Un crucero por el río Danubio, desembarcando en varios países adyacentes, fue la ruta ideal para la desintoxicación proselitista.
Cada ciudad visitada había pasado por una historia de crueles penurias y admirables resiliencias. Muchos de los lugares fueron bélicamente devastados décadas atrás, pero reconstruidos rápidamente por la acción emprendedora y fraterna de los pueblos agredidos. Las invasiones nazis y las férreas ocupaciones soviéticas de Chequia, Austria o Hungría, por citar algunos ejemplos, fueron de un salvajismo humano indescriptible. En la región bávara, por donde empezamos la travesía náutica, conocimos las grandiosas estructuras donde ocurrieron los megalómanos discursos de Hitler, se celebraron los famosos juicios de Núremberg y se torturaron judíos en el campo de concentración de Terezín, antes del exterminio en Auschwitz.
Cualquier persona normal queda atónita por la enorme brutalidad que los seres humanos pueden desplegar contra miembros de su propia especie, bajo el hechizo de superioridad genética, limpieza étnica y dominación ideológica. Solo la belleza escénica de Praga, Viena y Budapest disiparon de nuestras mentes los recuerdos de esos horrores. Allí pudimos disfrutar el arte, la música, la arquitectura, la ciencia y la cultura de excelsas sociedades que, durante épocas de paz y reconciliación, lograron maximizar el talento para beneficio mundial. Al final del viaje, nos desplazamos a Dubrovnik, la perla del Adriático, una majestuosa fortaleza croata bombardeada por militares serbios y restaurada en menos de 20 años, ahora patrimonio de la humanidad. Nadie debería morir sin antes conocer esta maravillosa joya turística.
La política, a lo largo del tiempo, ha sido tristemente el arte de generar odios e infamias. Deseos de poder hegemónico, exaltación de nacionalismos, discriminación de lo diferente y hermetismo mental son las armas tradicionalmente empleadas por dictadores para mantenerse al mando de las tiranías. Corrupción, impunidad, clientelismo y populismo son ahora las tácticas prevalecientes en los regímenes democráticos inmaduros. Solo en la Europa más civilizada, donde impera la ética, la transparencia y la certeza de justicia no selectiva, los ciudadanos pueden aspirar a convivir pacíficamente, en homogeneidad social, con estándares educativos y sanitarios de excelencia, tolerancia a la diversidad y respeto a la iniciativa privada no monopolizadora. Espero que mis hijos o nietos, en algún futuro, puedan vivir en una sociedad próspera, equitativa, justa, honesta y solidaria, sin importar el mandatario elegido. ¿Sería mucho pedir que todos pongamos nuestro grano de arena para que nos enrumbemos por estos derroteros a partir de mayo de 2019? Si pudimos unirnos para recuperar, ampliar y manejar eficientemente el Canal interoceánico, ¿por qué no podríamos aplicar la misma determinación para sublimar al país entero, remando juntos en la misma dirección? Nos conviene a todos, gane quien gane hoy.
El autor es médico