A pesar de que la agenda nacional está cargada de temas, teniendo en cuenta que en muy pocos meses estaremos eligiendo a los nuevos representantes de dos órganos del Estado, alcaldías y corregimientos, en realidad, para Panamá y los panameños, no hay nada más importante esta semana que la celebración del Panamá Jazz Festival, esa plataforma para el desarrollo humano que esa pareja llena de luz que forman Danilo Pérez y su esposa Patricia Zárate, organizan cada año desde 2003.
El crecimiento del festival ha sido espectacular: las 8 mil personas que asistieron en 2003 se convirtieron en 26 mil en 2012; y hasta la fecha, 180 mil personas han disfrutado de las diferentes actividades del festival.
La atrevida idea que tuvo Danilo de crear un festival de jazz en Panamá, al ver el éxito que tenía el de San Sebastián, España, ha crecido a tal punto que en estos momentos existe una lista de espera de 300 grupos musicales de todos los continentes que quieren participar en las próximas versiones. Esa ha sido la magia lograda por una idea pensada y ejecutada con amor.
Pero el festival es mucho más que un espectáculo musical y la oportunidad de ver y escuchar a las grandes figuras del jazz mundial. Incluye lo que para Danilo y Patricia es el alma misma del evento: los talleres en los que jóvenes músicos locales y estudiantes comparten con reconocidos artistas internacionales que generosamente brindan sus experiencias, sus técnicas, sus conocimientos.
El festival es un espacio para compartir y crecer. Y es que, como explica John Patitucci, el gran bajista de jazz que es un asiduo asistente al festival, “la música permite aprender a pensar críticamente, a organizar las ideas, a cooperar con otras personas, lo que es algo realmente importante en el mundo en que vivimos”.
Danilo apostó y apuesta por la música para reconstruir el lacerado tejido social panameño. Hasta ahora, la Fundación Danilo Pérez, que se nutre de las ganancias del festival, ha otorgado 2.5 millones de dólares en becas en las más importantes universidades de música del mundo, como el Berklee College of Music, el New England Conservatory, el Conservatorio de Puerto Rico o el Golandsky Institute en Princeton, para chicos en situación de pobreza extrema y en riesgo de caer en manos de las drogas, la criminalidad y la violencia.
Algunos de esos chicos forman parte hoy de la plantilla de profesores de la Fundación Danilo Pérez, que transmiten sus conocimientos a otros chicos, provocando un círculo virtuoso de desarrollo humano para Panamá, donde la desesperanza se transforma en ilusión.
El jazz implica improvisación, y la improvisación requiere el desarrollo de la creatividad. Por ello, para Danilo y Patricia, el jazz es una herramienta perfecta para lograr el desarrollo humano. Además, explican, la música se presta para enseñar valores como la honestidad. “No se puede hacer trampa con la música. Solo se logra tocar bien si se practica y trabaja”, comenta Luis Carlos Pérez, saxofonista y director del programa educativo de la fundación.
La música también tiene un poder sanador. Por ello, la terapia musical, la especialidad de Patricia, es parte destacada del Panamá Jazz Festival.
Los organizadores destacan que la música como entretenimiento es un fenómeno relativamente nuevo en el desarrollo de la humanidad, y que originalmente era el cordón umbilical que conectaba a los seres humanos con los dioses, con lo espiritual. Volver a eso es otro de los propósitos del festival.
“Cuando uno quiere caminar rápido en la vida, camina solo, pero si quieres llegar lejos debes caminar en comunidad y en grupo. Por eso nos unimos y somos un instrumento para que la música haga su terapia”.
La cita no necesita ser identificada. Retrata fielmente a ese maravilloso ser humano que es Danilo Pérez, un destacado y exitoso músico a quien no le interesa llegar rápido solo. Junto con su esposa Patricia, toma de la mano a todo Panamá, especialmente a quien más lo necesita, para hacer el camino en comunidad. Es una suerte que sea panameño.
La autora es periodista y abogada