Causa severo estupor la indiferencia con la que la sociedad panameña observa impávida su propia descomposición. Es como si a una persona le arrancaran los dedos y luego el pie izquierdo, sin que reaccionara. Los casos delincuenciales de alto y bajo perfil proliferan como si no hubiera autoridades, ni pueblo que los resienta. Se han vuelto exhibicionistas, saltando incluso de las esferas privadas al morbo público, como si hubiéramos perdido la capacidad de espanto (ya no de asombro). Todo esto tiene una razón muy válida, y a mi parecer data de la modificación del Código de la Familia, pasando por el aceleramiento y extranjerización traicionera de la pasada administración, para finalmente decantarnos en la insuficiencia e indiferencia de la actual.
Imagine usted a una persona que la secuestran para mantenerla constantemente ultrajada y golpeada. Llega un punto en que esa persona deja de sentir lo que le hacen, porque su mente se dispara muy lejos de la realidad. Eso lo ocasiona el dolor sostenido durante años. Así estamos los panameños. Desde la caída del régimen militar hemos visto pudrirse a los gobiernos civiles, de tal manera que da pena y rabia. Sin embargo, mientras más y peores cosas nos pasan, más nos desvinculamos de ellas, dejando que el país se vaya al traste. Aletargados, pasmados en una profunda indolencia social. Esperando cada cinco años para ir a votar por despecho o conveniencia personal.
La miseria política ancestral, de la mano con la avaricia de unos pocos, aprovechó la apatía popular para hacer lo que le daba la gana. ¿O será que jamás nos recuperamos socialmente del trauma de la dictadura?, porque los civiles han continuado el abuso, enmascarándolo en un cuadro de engaños, rediseñando (jamás aboliendo) el sometimiento social. El abuso continuó disfrazado de democracia, alternando en el poder (como otrora los militares) a un minúsculo grupo, primero en par y ahora en trío. Metiéndonos a todos en una desesperada carrera por la supervivencia personal y socialmente egoísta. Como si nuestra calidad de vida se limitara a beber cerveza, jugar lotería o caminar por la cinta costera viendo “sus” rascacielos.
El panameño sigue sin saber lo que realmente significa libertad; aunque ahora haya Metro, podamos pasear por malls y tener mejores celulares. Digamos pues, que la democracia eliminó a nuestro previo captor (la dictadura) y para que “sobreviviéramos al dolor” nos volvió adictos. Ahora, 20 años después de que el régimen militar fue depuesto, teniendo las puertas totalmente abiertas hacia la libertad, preferimos la reclusión ¿Por qué? Porque nos volvieron adictos a un estilo de vida acelerado, vacuo e incosteable. Con la merma del núcleo familiar, legalmente orquestada por las modificaciones al Código de la Familia, hemos visto sin el mínimo asombro cómo se han disparado los casos de feminicidios, suicidios y violencia urbana. Y casi al mismo tiempo, la proliferación de los escándalos de corrupción y crímenes de alto perfil. Porque somos una sociedad drogada por un par de poderosos con alma de proxenetas, que manejan nuestras riquezas como si fueran administradores de un prostíbulo, y la política nacional como si fuera pelea de cantina.