Trabajo descargando cajas en un centro comercial. Vigo es una ciudad nueva para mí y voy aterrizando, empapándome de la idiosincrasia gallega, gente abierta, trabajadora y orgullosa de serlo. Mi jefe luce (y se la he visto a más de uno) una camiseta que pone “Let’s live like galicians” y estoy totalmente de acuerdo.
Pero a pesar de vivir 28 años en España y ser español por vía paterna, conservo el “fenotipo” de extranjero. Miran mi pasaporte con sospecha al salir de aquí y al llegar allá, me miran como diciendo “¡vendido!” y revisan por si acaso. Aquí me preguntan si soy dominicano o cubano y hasta venezolano, nunca panameño, siempre extranjero. Me preguntan “¿de dónde eres?”, me miran como recién llegado, y les cuento dónde nací.
Se olvidan los que invocan el “Panamá para los panameños” que muchos vivimos en tierra extraña por los motivos que sea, pero sobre todo por buscar un mejor futuro. Un eslogan que suena muy a ultraderecha europea y estadounidense. Son personas que miran con sospecha, que creen que nacer panameño es una bendición de Dios y Él, que es tan rencoroso, hizo nacer a millones de personas fuera de la “s” acostada del paraíso.
Esta semana, una señora de la limpieza venía con su carrito y se le cayó parte de los cartones que llevaba. Me acerqué a ayudarla, me dio las gracias, muy dicharachera ella, y me hizo la pregunta correcta: ¿cómo te llamas? Me sorprendió la pregunta. Le contesté y ella me dio su nombre, “Pilar, y fíjate los dos con “P”, igual que mi marido y mis hijos, todos con “P”.
“P” de persona. Todos lo somos, hasta los panameños que vivimos fuera, como lo son los venezolanos, colombianos o españoles que viven en Panamá, con “P” de “Pro Mundi Beneficio” que nos va quedando grande. Tanta fe hay en Panamá que se nos olvida la regla de oro de Mateo 7:12. Lean y rectifiquen.
El autor es escritor