El discurso xenofóbico ha sido meticulosamente bien armado para desviar el hecho fundamental, que es el control migratorio que debe existir. Nadie niega el papel que han jugado en muchas áreas del desarrollo del país quienes no son nacionales.
Es cierto que, desde muy temprano, el elemento extranjero hizo acto de presencia en Panamá, incluso diríamos, antes de que nos hiciéramos república. Es correcto que las trascendentales obras como el Ferrocarril y el Canal, para su construcción, requirieron de mano de obra de otros lugares. Muchos de los sedimentos de esa población laboral extranjera quedó aquí establecida, y muchas de estas discriminadas y excluidas, como es el caso de la afrodescendiente, que ha desarrollado importantes jornadas para su reivindicación.
Esta población, la foránea, cuya misión- a mediados del siglo XIX e inicios del XX- fue darle sentido a la función transitista de Panamá, no tuvo por interés el aprovechamiento, sino más bien el aporte, lo que en gran medida contribuyó a hacer la patria.
Es claro que la migración debe estar -de alguna manera- vinculada al sentimiento patriótico que pareciera no estar presente en quienes ocupan el territorio para situaciones bien concretas muy alejadas del interés nacional. ¿Qué puede sentir un forastero por la historia panameña?, ¿qué compromiso puede tener por los símbolos que le dan contenido a la patria?, y ¿qué obligación tendría para la defensa del territorio nacional ante cualquier peligro si fuese el caso?
No cabe duda de que aquí conviven muchos sectores que no son nacionales y que han hecho contribuciones importantes. La presencia china, por ejemplo, ha sido de gran valía. No obstante, cuando se trata de incursiones casi desmedidas, sin los controles debidos por el prurito crematístico que termina con el lucro de mentes antinacionales que han tenido al país como su cornucopia, de la cual se sirven, necesariamente tienen que aparecer los controles y las posiciones en favor del sentimiento de panameñidad.
Debe quedar claro que la salvaguarda de nuestro ser panameño la tienen como responsabilidad primaria los que gobiernan y, por supuesto, cada uno de los nacionales. No es dable cerrar el acceso a la población extranjera, sino más bien ordenar para garantizar que el ingreso no cause daños al país, no afecte sensiblemente las costumbres y tradiciones, no contribuya con el agravamiento de los problemas sociales, y más claro aún, que no importen prácticas malsanas que terminan con la afectación de la comunidad nacional. De manera que su integración debe ser grata y no traumática. La solidaridad humana es parte de la mismidad del hombre. Ella debe estar presente en los momentos difíciles que requieran el apoyo. Pero en correspondencia, tienen necesariamente que existir comportamientos de compromiso con el terruño que los acoge .
En la actualidad, el debate sobre la migración en Panamá adquiere ribetes interesantes, sobre todo porque pareciera situarse en el enfrentamiento entre los llamados xenofóbicos y los defensores a ultranza del ingreso y permanencia del extranjero en Panamá.
El autor es docente universitario
