En la impactante serie de televisión sobre los terribles sucesos de Chernóbil de 1986, hay una escena que me turbó de forma especial por su gran pertinencia en los tiempos que corren. Se trata del momento en que una científica intenta explicar a un burócrata del partido la peligrosa situación. En medio de su frustración al no conseguir su apoyo, le recuerda que ella es una persona calificada para evaluar la gravedad de lo que sucede y que él, por el contrario, es un exvendedor de zapatos.
Con el gesto y la mirada de asquerosa soberbia tan típica de quienes tienen poder pero nada entienden de responsabilidad, el miembro del comité político o de la instancia que fuera del entonces todopoderoso Partido Comunista soviético, le responde a la acongojada científica que, a pesar de su pasado de vendedor de zapatos, es él quien manda, mientras la saca a la fuerza de su oficina.
Los creadores de la serie han explicado que la valerosa mujer no es un personaje real, sino que representa a todos los científicos que aportaron sus conocimientos y trabajo en aquellos terribles días en que la Unión Soviética intentaba tapar el sol con la mano de la KGB. Y en cuanto al poderoso y detestable burócrata que hace alarde de ignorancia, no hay que hacer mucho esfuerzo para identificar a personajes del mismo talante allá o aquí.
Por estos lares, por ejemplo, están claramente identificados en la diputada a la que no se le mueve un pelo mientras miente descaradamente al utilizar cifras falsas para sustentar su alegato xenófobo y su propuesta de creación de una Gestapo tropical. Igualmente, se puede claramente encontrar en el “frentero” diputado que ha prometido no descansar hasta que las sesiones de la Asamblea Nacional comiencen cada día con una oración, demostrando desprecio o ignorancia sobre las luchas históricas que hicieron posible la separación entre la Iglesia y el Estado como una garantía ciudadana. Tienen poder y lo están ejerciendo sin responsabilidad alguna, y sin importar lo que aplasten en el camino.
Están claramente identificados también en esos personajes que han estado presentes y activos en todos los gobiernos, y que, desde una oscura oficina seguramente cercana al Palacio, juegan al “Tin marín de do pingüe” con la planilla estatal, para colocar a los activistas y militantes partidarios, sin importar los requerimientos profesionales que necesitan las instituciones para cada cargo. Son las comisiones de nombramiento, que se pasan por salva sea la parte las advertencias sobre las consecuencias del debilitamiento de la institucionalidad y los informes sobre la urgencia de contar con un servicio civil profesional y despolitizado.
El resultado en Chernóbil fue la demora en ordenar el desalojo de quienes vivían cerca de la central nuclear, y lo que eso produjo en enfermedades asociadas a la exposición a la radiación. La consecuencia fue la muerte.
Por acá, el resultado es una institucionalidad debilitada, ineficiente e incapaz de ofrecer los servicios públicos que necesita la población; es el creciente clientelismo que convierte a inescrupulosos políticos en todopoderosos personajes que “resuelven” mal y poco las necesidades más básicas de quienes no encuentran respuesta en las instituciones; es la transformación de los ciudadanos en clientela dependiente del político local; es la corrupción y la impunidad.
Hace rato que el Latinobarómetro viene advirtiendo del creciente desapego de los ciudadanos de la región por los valores de la democracia. Cada vez parecen ser más quienes privilegian un líder que asegure que resolverá los problemas que les afectan, aunque eso implique la violación de derechos fundamentales y el Estado de derecho. Cada vez tiene más apoyo el discurso nacionalista sin fundamento, que atribuye a los migrantes la causa de todos los males, fomentando el odio y la discriminación.
Por lo visto, los desfasados y demagógicos discursos de “patria o muerte” tienen estos días quien los use y quien los siga. Y si no reaccionamos, nos aplastarán a todos.
La autora es periodista, abogada y directiva de la Fundación Libertad Ciudadana.