Pésaj, la Pascua judía



Este año la fiesta de Pésaj, la Pascua judía, comienza la noche del viernes 19 de abril (la coincidencia con la Pascua cristiana no es casual) y se extiende por 8 días, en los cuales tenemos prohibido comer todo lo que tenga leudantes. La matzá, el pan ácimo - una especie de galleta plana - que comemos durante la festividad, nos recuerda la urgencia de la salida de los israelitas de Egipto, sin tiempo para que la masa leude.

Pésaj conmemora la liberación de la esclavitud, la intervención divina para poner fin al cautiverio de los judíos tal como se relata en el libro bíblico del Éxodo. Parte del objetivo de la fiesta es revivir la experiencia redentora.

El ritual central de Pésaj es el Séder, la cena ceremonial que se realiza en el hogar las primeras dos noches de la fiesta, con el fin de cumplir el mandato bíblico: “Y le contarás a tu hijo en aquel día diciendo esto es lo que Dios hizo conmigo cuando me sacó de Egipto” (Ex. 13:8). Alrededor de la mesa, la familia se reúne y en ese encuentro intergeneracional, se transmite la tradición de padres a hijos (recordemos que “transmisión” y “tradición” son palabras relacionadas tanto conceptual como etimológicamente).

Comenzamos el Séder proclamando nuestra esclavitud. La ingesta de determinados alimentos simbólicos nos recuerda el sufrimiento y la opresión de nuestros antepasados. Aspiramos a sentir como propia la angustia de la opresión. Solo si logramos sentirnos esclavos tendremos la sensibilidad de percibir la mano redentora de Dios. Nuestros maestros nos enseñan que en cada generación cada judío debe verse como si él mismo hubiese sido liberado de Egipto.

Sin embargo, la celebración de Pésaj no se enfoca exclusivamente en el pasado. La redención de Egipto es testimonio de nuestra esperanza de que habrá una redención futura. Así como la intervención divina puso fin a la congoja de nuestros antepasados sometidos, confiamos en ser protagonistas de una liberación que erradique toda forma de humillación y maltrato. En eso consiste la utopía mesiánica, un tiempo en donde las personas podamos vivir en armonía y paz, sin guerras ni hambre.

Por eso, durante el Séder, tras la comida festiva, abrimos las puertas de nuestros hogares esperando ansiosos la llegada del profeta Elías, aquel que anunciará el arribo de la época mesiánica. Una silla vacía y una copa llena de vino esperan por él, y junto a ellas, la ilusión de los niños, haciendo un esfuerzo por vencer el sueño, por saber si finalmente vendrá esta noche.

Desde esta perspectiva, en nuestra mesa del Séder convergen el pasado y el futuro. Por un lado, la historia brinda el marco referencial y la experiencia de una redención concreta. Por el otro, la esperanza mesiánica nos entusiasma con un porvenir que puede y debe ser sustancialmente mejor para todos. Entre ambos, se encuentra este presente que nos convoca a renovar nuestros esfuerzos por construir una sociedad más justa y solidaria.

El autor es rabino

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