Cuatro décadas han pasado desde que Omar Torrijos firmó los Tratados Torrijos-Carter, finiquitando años de lucha que le antecedieron. Sin duda, un acto histórico para Panamá que, sin importar su inclinación política, inspira patriotismo. Las operaciones del Canal en manos panameñas cumplirán dos décadas a finales de este año, pero, ¿tenemos garantizado su funcionamiento para el futuro? En sus primeras conferencias, el recién presidente electo, Nito Cortizo, pareció estar consciente de la existente crisis de agua en la cuenca canalera, que está representando pérdidas económicas millonarias para nuestro país. Consecuencias de estaciones secas más intensas producto del cambio climático, pero también de la intensa deforestación, como resultado de esos proyectos en nombre del “progreso” que se han aprobado dentro de la cuenca.
¿Podrá un torrijista asegurar las operaciones del Canal?
A pesar de que hemos confirmado alta capacidad y autonomía para operar el Canal, no hemos demostrado tener una planificación clara que garantice las operaciones del mismo a largo plazo. Y es que, la concentración de personas en la capital y áreas urbanas y rurales aledañas al Canal, producto del auge económico en nuestro país, nos ha costado extirpar bosques. Así como un aumento en la demanda de agua para consumo humano y producción energética. Esta gran competencia por agua, irónicamente, nos convierte en la mayor amenaza a nuestra gallina de los huevos de oro.
Informes del Canal indican que, con la actual población vecina, Panamá ya consumió en 2012 lo que se había planificado de consumo de agua para el año 2025 (13 años antes), que las sequías causadas por el fenómeno de El Niño 2015-2016 causaron pérdidas económicas de B/. 40 millones y que la cobertura vegetal representa aproximadamente el 50% del territorio de la cuenca del Canal. De momento estas son luces amarillas, pero es nuestra responsabilidad evitar que pasen a roja. A pesar de esto, continuamos usando agua potable procedente de las tres potabilizadoras que brinda el Canal, para malas prácticas (por ejemplo, lavar autos, regar el jardín, piscinas, etc.) que impactan negativamente la calidad del agua.
Ciertamente existen planes para establecer reservorios, concienciar a la población y de reforestación por parte de la Autoridad del Canal de Panamá, pero las áreas reforestadas representan alrededor del 2% de la superficie de la cuenca, mientras que cerca de 25% de la superficie canalera se mantiene cubierta por pastizales y paja blanca, que podrían convertirse en áreas reforestadas con árboles nativos (¡y no teca, señores!), para restablecer la conectividad de bosques y con ella el funcionamiento de esta foresta, que a su vez garantiza la operación del Canal.
Pueden hacer todos los reservorios que quieran, pero mientras no se contrarreste la deforestación es como no hacer nada.
Es un tema que requiere una mirada amplia y de impacto global. Nito, su equipo de trabajo y todos los panameños nos enfrentamos a un gran reto: garantizar agua para las operaciones del Canal y el abastecimiento de este vital recurso para alrededor de dos millones de habitantes. Además, el Canal de Panamá no solo es el gran pilar de nuestra economía; también representa nuestra cuota a la reducción de emisiones de dióxido de carbono a nivel mundial. Porque cruzar entre océanos a través de Panamá significa que los barcos no toman una larga ruta, que representaría una mayor contaminación por parte de la industria naviera. Es un orgullo que un país tan pequeño como el nuestro aporte al comercio mundial y al medio ambiente. Una contribución ecológica que no fue planificada y que se realiza mucho antes que científicos y conservacionistas del mundo alertáramos sobre el cambio climático. ¡Una responsabilidad innata!
El autor es biólogo panameño y estudiante de doctorado en la Universidad de California-Davis