Parece obvio, pero no está de más recordarlo: publicar no es escribir ni te convierte en escritor. La imprenta, y más si paga uno y es uno quien se edita, aguanta lo que le echen. Escribir es una cosa bien distinta, y nada tiene que ver con sueños, metas, la patria y demás compromisos subalternos.
Lo primero que hacen quienes te envían sus textos para que los leas y se los comentes y lo haces, y les invitas a esperar, a trabajar más, a escribir con intencionalidad, a pulir el punto de vista, los narradores, a deshacerse de la historia patria con la que quieren justificarse y escribir con fidelidad a la literatura, es ir y publicarlo. Y ya son escritores.
De allí viene la vista gorda que se hace desde la inexistente crítica o reseñismo literario en nuestros medios. Los escritores que lo son vía imprenta, tienen la piel de papel cebolla y es mejor no valorar la obra (ya no digo críticamente, sino sencillamente de manera prescriptiva), porque el obrero se molesta, olvidando que al publicar está sujeto a la opinión del respetable.
Más allá de la vanidad está la cultura, la nuestra, la de todos. El Ministerio de Cultura ofrece cursos para aprender las técnicas narrativas que pueden ayudar a los que de verdad quieren aprender el oficio de escribir, oficio que puede ser dominado, no por el talento, sino por el trabajo; no por las ganas y las buenas intenciones y los sueños, sino por el trabajo. Sí, dos veces trabajo, porque no hay otra manera.
Los que desde fuera del profe, o de otros talleres literarios, se ríen con sus obras impresas, no hacen más que darle brillo a su falta de compromiso con el oficio de escribir: contar bien una historia. Lo demás que les cuenten éstos no se lo crean, sobre todo que publicar es ser escritor. Es solo un acicate para la vanidad y la mala literatura.
El autor es escritor