Después de tres décadas de trabajo, tres científicos estadounidenses fueron distinguidos con el Premio Nobel de Medicina por sus estudios sobre el ritmo circadiano (palabra procedente del latín: circa que significa aproximadamente y dies que denota día). Los doctores Jeffrey Hall, Michael Rosbash y Michael Young descubrieron el mecanismo molecular que controla la operatividad del reloj biológico interno que poseen plantas, animales y seres humanos. Este cronómetro endógeno regula tanto las funciones vitales (frecuencia cardíaca, presión arterial, patrón respiratorio, temperatura corporal, actividad reproductiva) como los patrones de sueño, conductas, secreciones hormonales, fenómenos digestivos y procesos metabólicos de todos los seres vivos. Cualquier alteración del sistema puede derivar en padecimientos transitorios o en enfermedades crónicas (insomnio, obesidad, diabetes, hipertensión, depresión, fatiga, comportamiento bipolar, desorden afectivo estacional, cáncer, etc.). Los citados investigadores identificaron dos genes, period y timeless, en las moscas de la fruta (Drosophila melanogaster) que inducen la síntesis de proteínas (PER y TIM), las cuales se acumulan en el citoplasma celular durante la noche y se degradan durante el día, generando el ritmo biológico cotidiano de cada individuo. La ocurrencia de estos hallazgos fue después comprobada también en múltiples organismos multicelulares.
La cronobiología es la ciencia que estudia los ritmos circadianos, los que se definen como cambios físicos, emocionales y mentales que se repiten en ciclos diarios de 24 horas (con base en la rotación diaria de la Tierra alrededor del sol), que responden a la luz y oscuridad en el entorno de un ser vivo. Dormir por la noche y estar en vigilia durante el día es tan solo un ejemplo. Los relojes biológicos son los dispositivos de tiempo innatos de un organismo, que se componen de moléculas específicas (proteínas) localizadas en las células de casi todos los tejidos, y son los responsables de gestionar la programación de los ritmos circadianos. El reloj principal se halla en el cerebro (núcleo supraquiasmático del hipotálamo), consta de unas 20 mil neuronas que reciben información directa del nervio óptico, y coordina la sincronización del resto de los relojes situados en los otros órganos corporales. Los ritmos circadianos nos ayudan a determinar el momento ideal para acostarnos o despertarnos. El reloj cerebral incrementa la producción de melatonina, hormona que provoca somnolencia, cuando las células fotogénicas de la retina reciben poca estimulación lumínica en las horas vespertinas.
Además de la luz, otras señales exógenas (temperatura, ejercicio, alimentación, actividad social, labor profesional, etc.) ayudan a calibrar el reloj biológico de cada sujeto. Estos estímulos se llaman zeitgebergs, voz alemana que alude a dador de tiempo o sincronizador. Según el ritmo circadiano elaborado con base en esos estereotipados estímulos, las personas se clasifican en madrugadoras, noctámbulas y colibríes (sin horas fijas para dormir o despertar). La gente que mantiene los zeitgebergs constantes en el tiempo logran automatizar su reloj biológico hasta que, posteriormente, no requieren el bullicio de un despertador para levantarse a la hora acostumbrada.
Los trabajadores que laboran en turnos nocturnos o los sujetos que se someten a la iluminación directa de ordenadores y teléfonos celulares durante la noche pueden sufrir trasgresiones importantes en sus relojes biológicos. El famoso jet lag o síndrome transoceánico es un desajuste circadiano ocasionado por un rápido cambio del huso horario al pasar por diferentes zonas geográficas. Si se viaja en dirección este de Panamá a España, por ejemplo, se “pierden” 6 horas. Por tanto, al despertar a las 6 a.m. en Barcelona, el reloj biológico estará fijado como si fuera la medianoche y tomará varios días para que se reprograme y adapte al novedoso horario. Este suceso ocasiona síntomas orgánicos, más frecuentes y prolongados, cuando se viaja hacia el este que viceversa (regreso a Panamá) porque en el retorno se alarga la experiencia del reloj biológico y se distorsiona menos el ciclo día-noche.
Los síntomas que puede experimentar el viajero incluyen cansancio general, problemas digestivos, confusión en el habla o en la toma de decisiones, pérdida de memoria, irritabilidad, apatía y una respuesta diferente al tratamiento con las medicinas que ingiere diariamente el individuo para tratar una enfermedad subyacente. Ahora que nuestro equipo de fútbol clasificó para el Mundial 2018, aconsejo a los directores deportivos que tengan en cuenta las debidas precauciones médicas para aminorar el desequilibrio horario que sufrirán los jugadores cuando se trasladen a Rusia: intentar adaptarse gradualmente al horario de allá desde tres a cuatro semanas antes de viaje, llegar a la sede con al menos 15 días de antelación, hidratarse adecuadamente durante el vuelo, evitar el consumo de cafeína y bebidas alcohólicas, movilizar las piernas frecuentemente en el avión, realizar ejercicios tempranos en las mañanas durante los primeros días de pisar suelo ruso, y ajustar la ingesta de dietas saludables a los tiempos de la diferente jornada internacional. Podremos perder los encuentros, pero que no sea por falta de una rigurosa preparación. Nuestro médico de la selección, Gerinaldo Martínez, es un tipo inteligente. Me consta.
El autor es médico