Se llama tsundoku y es el placer de tener libros solo para verlos. Proviene de los términos japoneses tsunde-oku (apilar cosas para luego marcharse) y dokusho, (leer libros). Una práctica que en español llamaríamos “bibliomanía” y que no deja de ser una patología cultural que conviene superar cuanto antes.
Acumular libros no es rodearse de ellos. Una biblioteca no lo es hasta que en ella se produce el acto reflexivo de leer. Entonces comenzamos a rodearnos de libros. El consumo sustituye al uso, el libro es solo objeto y no un vehículo de búsqueda y reflexión. Deja de ser útil y se transforma en materia de exhibición y recreo acumulativo. Nos interesan, sí, pero solo como trofeos.
Al sagrado acto de comprar un libro, le hemos robado su parte fundamental: leerlo. Vamos muy bien en ventas pero francamente mal en lectura. Seguimos fallando en comprensión lectora, que es la base sobre la cual se construye el edifico de la resolución de problemas. Lo que ocurre con los programas electorales y el voto en nuestro país, se explica en la poca comprensión de las circunstancias en la que vivimos gracias a que no estamos rodeados de libros, solo nos adornan.
Pero el tsundoku también puede practicarse leyendo. Hay lectores que apilan lecturas para ponerlas a funcionar en el intelecto después. Leer es solo cuestión de cantidad, no de reflexión y mucho menos de acción. No hay nada peor que un lector narciso, hasta cuyo intelecto no trepan las lecturas pero las cuantifica.
Rodearse de libros es procurar ir llenando el alma de lecturas que sustenten nuestras decisiones, es afianzar el criterio en las ideas de otros, interpelándonos, en busca de un bien superior al nuestro: el de todos. Lean, rodeense de libros, pero no abandonen la senda de la lectura reflexiva. No hay mayor placer que dejar de ser un “lector plástico” para ser un lector que “busca el fondo y su razón”.
El autor es escritor