El suicidio es un grave problema de salud pública. Cerca de 800 mil personas se quitan la vida en el mundo cada año, pero por cada muerte hay detrás 25 intentos, 60 planes y 200 amenazas suicidas. Si se identifican estas señales tempranas, resulta posible intervenir oportunamente para prevenir el desenlace fatal. La incidencia global oscila entre 5 y 20 casos por cada 100 mil habitantes, cada año. En Panamá, la cifra correspondiente es de 3.1 casos por cada 100 mil habitantes, es decir, 1 suicidio cada 3 días. Debido a la subnotificación, empero, por vergüenza familiar, reporte deficiente o disfraz diagnóstico para cobertura de aseguradora, nuestra estadística es seguramente superior. Aunque el suicidio ocurre en cualquier grupo etario, la tendencia se ha ido moviendo hacia la población joven, siendo ahora la segunda causa de defunción en individuos de 15 a 29 años de edad.
Si bien el vínculo entre el suicidio y los trastornos mentales depresivos está bien documentado, muchos intentos se producen impulsivamente en momentos de crisis, cuando se afecta la capacidad para afrontar las tensiones cotidianas causadas por aprietos financieros, rupturas amorosas, pérdidas de seres queridos, enfermedades discapacitantes, violencias domésticas, abusos sexuales, etc. La incidencia es también más elevada en grupos vulnerables como refugiados y migrantes, indígenas, colectivos LGBT, reclusos y militares. El consumo excesivo de alcohol y la drogadicción empujan frecuentemente a la víctima en su actuación suicida.
El suicidio es un tema enrevesado. La prevención, por tanto, exige la coordinación y colaboración de múltiples estamentos de la sociedad, tales como salud, educación, trabajo, comercio, justicia, derecho, defensa, política, religión y medios de comunicación. Las actividades deben ser extensas e integradas, porque ningún enfoque selectivo por separado impacta significativamente un asunto tan complejo. Un primer paso en la dirección correcta es eliminar el estigma asociado con el suicidio, hablando sin reserva alguna. Consecuentemente, un grupo de profesionales se sumó a la iniciativa de la periodista Flor Mizrachi, bujía infatigable, para realizar una campaña preventiva titulada “Rompamos el silencio”, con el propósito de tratar el tópico sin miedos ni vergüenzas.
Con la inestimable ayuda de Erasmo Abrahams, Alfonso Díaz, numerosos patrocinadores y fundaciones filantrópicas, llevamos ya seis eventos académicos. Las presentaciones constan de dos emotivos y valientes testimonios de Camila Sosa y Ada Amado, más cinco disertaciones cortas sobre aspectos de salud mental y adolescencia en riesgo. Miguel Mayo, Susana De León y Vali Maduro abordan los factores epidemiológicos, psicológicos y psiquiátricos que influyen en el recorrido del hecho suicida, mientras que Pedro Vargas y un servidor comentamos sobre los factores precipitantes como alcohol, droga, acoso escolar (bullying), homofobia, obsesión materialista y aislamiento social por discriminación, que inciden en la ocurrencia de adversos desenlaces.
Pese a las angustias que nos causan tantas noticias negativas, que los medios se encargan de visibilizar, hipertrofiar e incendiar, resulta vital recordar lo que decía Albert Camus: “El acto más importante que realizamos cada día es tomar la decisión de no suicidarnos”. Porque, agrego yo, por más brutal y prolongada que sea la tempestad, el sol siempre vuelve a esplender.
El autor es médico