Es solo en el deporte donde valoramos los beneficios de la diversidad humana y la aprovechamos actuando en solidaridad.
Como discípula de Darwin, observo con interés a la humanidad reunirse –en versiones adaptadas a variadísimos entornos- tras una diáspora milenaria alrededor del planeta.
Casi 3 millones de años atrás, nuestros antepasados bajaron torpemente de los árboles en el Olduvai, al este de África, cuando las sequías amenazaban con aniquilarlos; eran los Australopithecus africanus, monos decididos a sobrevivir. Y con suficiente cerebro para subsanar obstáculos.
Libremente, los homínidos se abrieron camino hacia el este, el oeste, el norte, el sur. Como todas las especies, y el planeta mismo, evolucionaron; los australopithecus originarios se convirtieron en nosotros.
Quita el aliento enterarnos, en las páginas de historia , lo que aquellos monitos originales fueron logrando: las complejas civilizaciones de Mesopotamia, China, Egipto, Persia, India, Grecia, Roma.
Deberían maravillarnos las soluciones fisiológicas desarrolladas por la especie para subsistir bajo soles ardientes, en desiertos sin agua, escarpadas montañas, regiones heladas, islas. Hoy, facilitado por la tecnología, llegamos a la gran reunión, donde descubrimos que en algún momento se inventaron cánones de belleza, factor que nunca interesó a la evolución. Y los aplicamos a todos, decidiendo que algunos merecen mejor calificación que otros.
Disgregados tanto tiempo, nos aflige una amnesia afectiva. Cuesta aceptar que somos hermanos, miembros de un mismo genus con atributos diversos, valiosos para sobrevivir.
Perdemos de vista lo que aplaudimos en las arenas deportivas; que las diferencias son oportunidades para complementarnos.
¿Qué puede ser mejor que aceptar el gran retorno y la reunificación humana, apreciando el caleidoscopio de talentos y capacidades que trae cada etnia, que sumados y en complementación nos benefician a todos?
Las migraciones actuales representan un gran reto. Son personas distintas con costumbres propias que necesitarán asimilarse al país que las acoge. Estos encuentros sucedieron muchas veces en el remoto pasado entre versiones distintas de homo sapiens. Pudimos hacerlo, somos el resultado.
El reencuentro humano en el siglo XXI es una gran oportunidad, y contribuye a nuestro progreso. Aprovechémosla. Es lo que toca.
La autora es escritora
