Todos estamos orgullosos del joven Ulises Núñez, quien se graduó con los máximos honores en la Facultad de Ingeniería Aeroespacial del prestigioso Instituto de Tecnología de Georgia, Atlanta. Desde esta tribuna dominical, le envío un fraternal abrazo a él y a su familia por el meritorio logro. Conviene, no obstante, comentar varios aspectos relacionados a la superación académica. Existen ya cientos de muchachos talentosos que se formaron en centros de renombre y hoy engrandecen las diferentes ramas de la ciencia a lo largo del territorio nacional; otro creciente número de chicos ingeniosos se prepara para entrar en el mundo universitario y merecen ser apoyados, tanto durante su etapa pre y posdoctoral, como a la hora de conseguir empleo bien remunerado y desarrollar proyectos de investigación científica. Ninguno de ellos, empero, ha tenido la fortuna de que los medios de comunicación promocionen sus nombres. Han permanecido en el anonimato y apenas reciben fondos escuálidos para su valiosa labor. Urge, por tanto, que los gobiernos inviertan, al menos un 1% del producto interno bruto (10 veces más), en investigación y desarrollo, para que nuestras instalaciones científicas (Senacyt, Indicasat, Instituto Conmemorativo Gorgas, universidades, etc.), dispongan de suficiente dinero para becar a la juventud estudiosa, enviarla a reputadas academias, traerla de vuelta e insertarla inmediatamente en el mercado laboral, con salarios dignos. De esa manera, el recurso invertido revertirá con creces en el progreso del país.
En Panamá, desafortunadamente, se brinda enorme publicidad a los éxitos del deportista, del cantante o del bailarín, pero escasamente a los triunfos del científico. Todos los años, se organizan las olimpiadas nacionales de física, matemáticas y química, donde compiten estudiantes de colegios públicos y privados. Lo único que se lee, después de concluido el torneo, es una escueta reseña en algún periódico o el feliz “posteo” de algún familiar en las redes sociales. En contraste, todos los días presenciamos la parafernalia televisiva que exhibe a chavales con habilidades esqueléticas en programas vespertinos. En espacios como Calle 7 o Esto es guerra, se asesina la cultura, y se convence al participante de que los músculos importan más que las neuronas. En nuestra sociedad, tristemente, pocos saben que contamos con científicos que generan patentes o que publican manuscritos en revistas de calidad mundial. Haciendo analogía, el descubrir una molécula para curar una enfermedad tropical o el difundir un artículo de tu autoría en un journal de gran impacto es equivalente a ganar una medalla olímpica en atletismo o un Grammy en la farándula; y si ese profesional lo consigue reiteradamente durante su vida laboral, la hazaña sería comparable a ser admitido en el salón de la fama del boxeo o de la música.
Ahora bien, una cosa es dar reconocimiento por las conquistas alcanzadas, otra muy distinta es adular en demasía, particularmente a los que empiezan su transitar en la ardua carrera científica. Primero, porque poseer excelentes calificaciones no necesariamente predice el éxito profesional futuro. Hay gente que sale habitualmente muy bien en los exámenes, porque dedica gran parte de su tiempo a comprender y memorizar el material de estudio, pero posteriormente algunos no logran aplicar o traducir ese conocimiento en brillantes iniciativas emprendedoras. Por otro lado, hay individuos poco proclives a esforzarse durante su adolescencia o adultez temprana, porque prefirieron dedicarse a la diversión o al entretenimiento y, pese a que sus notas no fueron óptimas, consiguen después triunfos espectaculares. Segundo, porque en ciencia los aciertos son esporádicos y, muchas veces, efímeros. Cada descubrimiento o invento va precedido usualmente de decenas de fallos y frustraciones. Con cada respuesta, surge un sinnúmero de nuevas dudas e interrogantes. A través del método científico, lo que se consigue es la mejor aproximación a la realidad del momento. Luego, con el advenimiento de nuevas herramientas tecnológicas y novedosas metodologías analíticas, esa aparente verdad puede cambiar totalmente o sufrir modificaciones parciales. Un buen científico, por ende, debe siempre ser una persona modesta, cauta, poco afín a las pantallas, escéptica, persistente y reacia a ofrecer esperanzas basándose solamente en sus precoces hallazgos.
Ulises no pudo conseguir una beca de Senacyt, quizás porque con la carrera seleccionada, no regresaría al país para ejercer. Su sueño personal fue complacido por una acción filantrópica del presidente Juan Carlos Varela. El noble gesto, muy a mi pesar, fue vigorosamente politizado. Eso me desagradó enormemente. Nunca me ha gustado el Teletón porque los donantes (funcionarios políticos y empresarios) explotan las discapacidades humanas para mercadear sus propias imágenes. La donación más magnánima es la anónima. Haber publicitado esa ayuda con bombos y platillos resta autenticidad al supuesto altruismo. Solo espero que tanta algarabía mediática no afecte el futuro de Ulises y pueda superar las enormes expectativas creadas. Es demasiada presión para un chico tan humilde.