Con la visita del presidente Xi Jinping a Panamá esperaba escritos de sinólogos locales. En la prensa nacional hubo varios artículos de opinión. Los extremos se situaban entre el temor y la esperanza. Su distinguido embajador también dijo, con alguna elegancia, lo que puede decir un diplomático. Terminadas la visita oficial y la firma acostumbrada de muchos acuerdos bilaterales, es tiempo de reflexión.
Primero, los temores son a mi juicio infundados. China no es el Estado que practica un imperialismo territorial, en ninguna de sus variantes, como lo hizo con la sujeción de los reinos de Indochina vasallos del Imperio del Medio antes de que en el siglo XIX las potencias occidentales le arrebataran esa hegemonía. Al contrario, China fue víctima del imperialismo ruso, que le quitó más de 600 mil kilómetros cuadrados entre 1858 y 1860 y que nunca fueron restituidos por los “hermanos” soviéticos. Fue mucho más que lo logrado por Inglaterra en Hong Kong en 1842 y sus nuevos territorios en 1860, algo más de mil 100 kilómetros cuadrados cedidos como trofeos de las guerras del Opio. Ni lo que hizo Japón en China en la Segunda Guerra Mundial, una cruenta ocupación que terminó por su retirada con su derrota en 1945.
Panamá no está tampoco en el Tíbet y no corre el riesgo de una invasión y ocupación armada china como la de las tropas comunistas de 1951. Ni la llegada de 30 millones de emigrantes chinos a toda la región asiática en el siglo XX, que otorgó una nueva vitalidad a varios países. Un grupo importante formó la población de Singapur, con más de 70% de origen chino, país muy atrasado transformado en medio siglo, bajo la égida de Lee Kuan Yew, en un modelo de desarrollo y prosperidad tal como lo reconoció el mismo Xi Jinping. Es un ejemplo que nos convendría seguir.
Tampoco veremos la invasión de millones de chinos en busca de tierras panameñas o para crear abarroterías. La imagen del chino en Panamá es la del inmigrante laborioso y disciplinado que se labró un próspero porvenir gracias a su inteligencia, paciencia, trabajo y dedicación a pesar del racismo antiasiático, sujeto declarado de raza indeseable en la Constitución de 1941 del presidente Arnulfo Arias Madrid. Esas virtudes del chino, además de la discreción, las traen igualmente los millares de ejecutivos y técnicos, gente educada en un sistema de verdadera calidad, que esperamos se instalen rápidamente en Panamá. Porque de eso se trata. De favorecer el establecimiento de empresas de un Estado pujante que puedan servir no solo a nuestro país sino también a gran parte de la región de Latinoamérica y el Caribe. Esa función de Panamá ha hecho que tengamos un sector de punta, más dinámico, de avanzada, que empuja a los demás: los servicios para un mercado internacional que necesitan revitalizarse.
La esperanza está igualmente en la iniciativa de la Franja y la Ruta, versión actualizada de la ruta de la seda, que nos conviene perfectamente. Ser un eslabón de ella parece natural. Pero no un eslabón cualquiera. Debe ser parte esencial de la articulación regional y de la cuenca del Pacífico en su vertiente americana y hasta más allá gracias al Canal de Panamá que sirve a todos los continentes. Se añade el eslabón de comunicación por tierra. Posiblemente por un ferrocarril hasta la frontera con Costa Rica y más adelante con Centroamérica y por qué no otro hasta Colombia, que entronque con Medellín –mercado más prometedor– y Sudamérica y una a todo el continente, siempre y cuando no sean proyectos financieramente inviables. Entonces podríamos aprovechar al ciento por ciento nuestra posición geográfica que hasta ahora solo utilizamos parcialmente en comunicaciones por mar.
La presencia de la República Popular China en Panamá nos otorga una palanca mayor en la geopolítica cambiante del planeta. Más que enfrentar la presencia de la potencia estadounidense nuestro socio histórico e inevitable, debería ayudarnos a equilibrar ese peso abrumador y otorgarnos mayor seguridad internacional. Ojalá dicho poderoso Estado asiático se adhiera pronto al protocolo del Tratado de Neutralidad del Canal de Panamá. Sería un mensaje muy fuerte de que está dispuesto a respetar la integridad de la vía interoceánica al unirse a las más de 40 potencias que ya lo hicieron.
La República Popular China y Panamá tienen poblaciones, una historia, idiosincrasias y sistemas políticos muy diferentes. En el África y el océano Índico la potencia se ha creado una inmensa esfera de influencia que no todos aplauden. Sin embargo, debemos aprender de China aquello que nos convenga y eludir lo demás. Debemos inspirarnos del horror que causa en China la corrupción pública y combatirla con extremado rigor como lo hacen sus autoridades. Es parte de su éxito económico y social como lo es la dedicación de una parte sustancial de sus recursos, aumentados por su economía ultracapitalista, a brindar una educación de la más alta calidad a su población. Son armas que han servido para crear en casi 40 años una potencia mundial a partir de un país dejado en ruinas por las políticas maoístas que parecieran seducir todavía hoy a algunos países latinoamericanos.
El autor es geógrafo, historiador y diplomático