¿Foro anticorrupción, para qué?, valdría la pena preguntarnos. Hablar de corrupción en un país como el nuestro constituye más bien un tributo a la impunidad. Sobre todo porque siempre hemos tenido autoridades que bordean, muy peligrosamente, los límites entre el amiguismo y el deber.
Como están las cosas, armar todo un evento en Panamá para celebrar, teóricamente, la anticorrupción me parece ridículo. Es dinero que se pierde en fatuas parrafadas, levantando barricadas de papelillo, cuando la corrupción deambula espectralmente de un alma a la otra, entre los funcionarios y sus amigos. Dinero malgastado en saliva burocrática, que bien pudiera utilizarse abasteciendo el seguro social, pagándole a los maestros o ayudando de mejor forma a los damnificados del huracán.
Mientras tanto, muy lejos de los bocadillos y las brillantes ponencias, la gente común intenta sobrevivir a los tranques viscerales, embutiéndose en autobuses que constituyen un irrespeto a la dignidad humana, cuidándose de no ser robados o asesinados al regresar a sus hogares.
¿Así nos oponemos a la corrupción en Panamá? Porque la saliva no se cambia por dinero ni por el duelo y luto que esparce la corrupción a su paso. Peor aún, con autoridades que sufren de amnesia, justificando ahora lo que otrora criticaban. Hablando metafóricamente, gente que ha quedado lavándose los dientes con agua sucia.
¿O será que la rabieta de “justicia”, que ha venido repellando el actual gobierno, les pone la capa de superhéroes a sus espaldas? Cuando, dicho sea de paso, ya han venido dando luces o alaridos de nepotismo por doquier. Como si se tratara de una monarquía, en la que solo la sangre de “ellos” podría limpiarle el rostro a Panamá. Tal vez porque nacieron elegidos, o porque fueron abducidos. Eso, lamento decirlo, es otro de los sabores de la corrupción, que algunos ciudadanos critican de “agrio” cuando ni siquiera la prueban, pero se embriagan (y envician) del “dulce” cuando la beben.
Hablar de corrupción cuando se hace tan poco por ella, es ponerle vendas a una momia. Como queriendo vestir fino y a la moda, al zombi más viejo y putrefacto de todos. Es el colmo de la indolencia para con la comunidad internacional que hablemos contra la corrupción, cuando aún no hemos recogido (del piso) los papeles de Panamá... Por eso no nos respetan. Porque con perfume no se quita el hedor del cuerpo.
Y así es la corrupción, más que echarle la mano a la cosa pública, es la podredumbre personal. Que no se resuelve con asientos cómodos, aire acondicionado, buena comida y un excelente discurso. Para ir contra la corrupción es preciso hundir la mano en el lodo y revolver, aunque perdamos el lujoso reloj dentro.
Las palabras bonitas no frenan a la mano que roba, maltrata o destruye. Tampoco se trata de bordearla, surfeando sobre lo impropio con tecnicismos legales, debatiéndonos at infinitum sobre la divergencia conceptual entre inmoralidad e ilegalidad. ¡El país ya no está para eso! Y si aún no lo han entendido, es porque no deben estar donde están.
Entiéndase, que el puesto les quedó grande, porque los problemas (y entre ellos la propia corrupción) los ha superado.