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RAíCES

Urbanizando la desigualdad

Urbanizando la desigualdad
Urbanizando la desigualdad

Al inaugurarse la segunda década del siglo XX, la ciudad de Panamá era “una extraña mezcolanza del siglo 15 con el 20”, un espacio donde las élites intentaban “vestir a la moderna las supervivencias del sistema colonial”. Al igual que hoy día, la ciudad se fue construyendo con retazos, muchos de ellos mal hilvanados y superpuestos, sin habilidad ni armonía, solo por necesidad y con una gran dosis de improvisación.

La ocupación espontánea de tierras, la construcción de barrios sin regulación oficial, junto al enmarañado sistema de propiedad de la tierra, unida a la incapacidad manifiesta del Estado para imponer su autoridad y a la confusión de intereses privados y públicos, superlativizó el caos urbano en el ensanche de la ciudad.

El crecimiento demográfico de las ciudades terminales dio como resultado un déficit de viviendas urbanas, que condujo a la cuarterización de San Felipe y de Santa Ana, así como a la ampliación o creación de barrios obreros de inquilinato como El Marañón, Guachapalí, San Miguel, El Granillo, Calidonia y, en 1914, a la fundación de El Chorrillo.

Por esta época se comenzaron a desarrollar los suburbios con la intervención oficial en La Exposición y, poco después, Bella Vista, cuando Minor C. Keith compró 50 hectáreas que Hebard & Co. Inc. urbanizó en los años subsiguientes. Ambos espacios fueron adoptados como lugar de residencia de los grupos hegemónicos.

El espacio urbano, más que ningún otro, fue reflejo de la desigualdad social. Las cuarterías obreras eran conglomerados de hacinamiento humano donde la densidad de la población en algunas calles superaba los 500 habitantes por hectárea. No era extraño que en un mismo cuarto viviera una decena de personas. Mientas tanto, hacia 1940, el exclusivo barrio de Bella Vista, salpicado de costosas residencias unifamiliares, alojaba apenas mil 600 residentes, que representaban una densidad de población de 15 habitantes por hectárea.

La migración de las élites a La Exposición y Bella Vista significó, de alguna manera, un quiebre cultural con el habitus colonial, cuando se vieron obligadas a construir una representación moderna de sí mismas y a adoptar nuevos patrones de conducta burgueses, abandonando la memoria colonial vinculada a San Felipe. Bella Vista representaba el nuevo orden moderno, el nuevo estilo de vida burgués en el que el dinero, y no solo el linaje, constituía un elemento de distinción e identidad del grupo.

Mientras, los cuartos de los obreros en las casas de inquilinato eran “oscuros y sucios, parecidos a las asquerosas pocilgas donde se hace imposible la vida humana… especie de ratoneras”. Clara González de Behringuer describió su hogar paterno en la calle 16 oeste como “dos cuartitos -el centro por excelencia de las ratas y tuberculosis-”.

Esta situación de insalubridad y hacinamiento, unida a la mala alimentación, produjo que la morbilidad y la mortalidad dispararan los indicadores y que las enfermedades epidémicas se convirtieran en pandemias. “Las reglas más sencillas de la moral, la cívica y de todo trato social” eran desconocidos. Las niñas presumían de sus “modales toscos” y en los hogares se desconocía “toda fórmula social”, mientras reinaba “el mal gusto y la falta de educación artística”.

Era la barbarie del proletariado urbano cada vez más caribizado.

La autora es historiadora. Editor: Ricardo López Arias


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