Hay que decirlo alto y claro ahora que tenemos la oportunidad de renovar nuestra política exterior. Sus fundamentos deben ser por lo menos dos: dignidad y reciprocidad. Es así en un país que depende para su prosperidad y su seguridad esencialmente del exterior.
Tenemos que recuperar la dignidad de la República en la comunidad internacional. Basta de tanta genuflexión de Panamá. Debemos manifestar firmemente nuestra condición de Estado laico, republicano y democrático y nuestros máximos dirigentes cesar de privilegiar el sometimiento a otros jefes de Estado.
Durante años, un nuncio apostólico súper conservador dictaba en parte sustantiva la política en ciertos asuntos sociales y de salud pública del gobierno para impedir su modernización y visitaba a ministros y diputados para señalarles sus directrices, hecho inaceptable de intervención en asuntos internos, sin que estos protestaran.
Tenemos que poner fin, además, al infame sometimiento a las chequeras de otros Estados soberanos que se ofrecen sin vergüenza cuando se pasa de una potencia asiática a otra. Hay que terminar con la hipocresía que tanto daño nos ha causado de acciones que los entendidos conocen. El mundo nos mira y esas malas prácticas se comentan en las embajadas y las cancillerías extranjeras.
Algunos consulados no deben ser fuentes de enriquecimiento personal de sus detentadores y de sus mentores. La imagen de cónsules que entran limpios y en poco tiempo salen millonarios causa estupor afuera, mientras que nuestros diplomáticos no cuentan con recursos mínimos para ejecutar una política exterior decente y eficaz de promoción de Panamá.
Recuperada rápidamente la dignidad podremos aplicar la reciprocidad, regla de oro de la diplomacia.
Debemos comenzar por exigir el mismo trato que dispensamos a los demás. Tenemos que lograr que el Vaticano, que posee innumerables propiedades, nos entregue un inmueble para sede diplomática en Roma comparable al palacio de 10 millones de dólares que le “regalamos” en Panamá. Pero también exigir reciprocidad a otros Estados a los que hemos consentido valiosos terrenos estatales para sus embajadas con estacionamientos exclusivos en nuestra capital a cambio de nada.
Apliquemos reciprocidad en el trato inicuo e hipócrita que nos dan los miembros de la OCDE y de la Unión Europea, además de algunos gobiernos latinoamericanos en asuntos en los que no están libres de culpa y nos tratan como chivos expiatorios de sus políticas económicas, sociales y fiscales erradas. Una estrategia razonable, coherente y articulada, además de aliados fuertes en esta gestión es tarea urgente.
Demandemos reciprocidad de todos los Estados de la comunidad internacional para adherirse al Tratado de Neutralidad que es el instrumento principal de defensa estratégica frente a amenazas al Canal de Panamá. Reciprocidad también para lograr nuestra pronta adhesión a organizaciones fundamentales como la Alianza del Pacífico y el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), de los cuales estamos inexplicablemente excluidos, a pesar de ser una de las puertas principales del inmenso océano.
Una Cancillería renovada y más profesional, dedicada a su función esencial política, aunque además haga promoción económica, comercial y cultural, con un auténtico Consejo Nacional de Relaciones Exteriores compuesto de políticos y expertos con experiencia, una conducción de política exterior más sensata, con un presidente de la República respetuoso de las autoridades encargadas de ejecutarla, es asunto, a mi juicio, de extrema prioridad. Alcanzar resultados debe ser una exigencia absoluta y debemos hacerlo con rapidez.
Una estrategia inteligente y bien consensuada entre diversos actores políticos, económicos y sociales debe adoptarse con prontitud para atacar los graves problemas de imagen exterior y restablecer la confianza en Panamá por parte de la comunidad de naciones. Un personal competente y capacitado deberá por supuesto ejecutarla oportunamente bajo la dirección de un Ejecutivo bien informado.
Los panameños acabamos de depositar en las urnas un abrumador mensaje de insatisfacción y repudio, pero también de esperanza. Confiamos en que los nuevos dirigentes lo capten y actúen en consecuencia para el bien de Panamá.
El autor es geógrafo, historiador y diplomático.