Dice Raúl Leis, en “Panamá: Luces y sombras hacia el siglo XXI”, que debemos entender que la utopía no es “la evasión ni quimera, ni los espejismos donde vararon los socialistas utópicos, sino que es utopía concreta, factible e históricamente viable, generadora de acciones posibles, y al mismo tiempo ventana abierta de par en par para nuevas utopías”.
Tomás Moro inventó Utopía, una república en una isla al sur de América, respetuosa de todos, donde el buen gobierno es la norma. Una visión ideal con la cual criticaba su propia realidad en busca de un cambio que mejorara todo. Un sueño que inspira otro, literatura que genera literatura.
Parece que estamos vacunados contra la utopía, nos han anestesiado los músculos de las “acciones posibles” y ya no soñamos: hemos sucumbido a la monotonía de la realidad impuesta. Temen los estados como el nuestro que la sociedad despierte y se levante en contra de lo que muy bien han establecido para su beneficio perpetuo.
La utopía tiene base en la realidad, no sólo en los sueños. Leer no es sólo un divertimento, es también una construcción del criterio. Si no perseguimos la utopía, el cambio, la norma será este modelo social que no hace más que encumbrar la ignorancia y la corrupción, el caldo de cultivo perfecto para esclavos serviles, no ciudadanos.
Que al pueblo le guste leer y las piscinas incómoda a los de arriba, sobre todo que lea. Quizás planean ahogar a los “marginales” en una piscina de concreto llena de libros o ahogar los libros en una de plástico, tanto da, el objetivo es frenar la búsqueda, la crítica, el cambio.
El autor es escritor