El evento de la JMJ, tenido como mundial por la participación de un sinnúmero de países, pero fundamentalmente por la presencia de Jorge Mario Bergoglio, obispo de Roma, jefe del Estado del Vaticano, convertido en papa desde 2013 y quien religiosamente se llama Francisco.
No cabe duda de que se trata de un acontecimiento trascendente que por lo mismo pone al país en la mira. Convocar a la juventud en un momento en que el mundo se destroza por las guerras, en el cual las riquezas de los más poderosos siguen acumulándose, en donde los más fuertes se imponen, en donde los pobres siguen creciendo en cantidad y en donde lo humano se torna cada vez más inhumano, no es tarea fácil.
El mensaje papal, por supuesto dirigido a la juventud, debe ser de solidaridad, de fraternidad, de valores y de rebeldía para combatir la pobreza, que conduzca a un estado de bienestar en el que todos tengan la misma oportunidad. Un mensaje que debe estar preñado de fe ante el nuevo hombre que debe construirse.
Desde luego, una juventud que debe tener como norte no ser lo mismo para no hacer lo mismo de los gobiernos explotadores y opresores que juegan con las necesidades de la población, que les interesa mantener para tener justificación a sus políticas perversas que terminan por acabar con el individuo.
En esto de la Jornada Mundial de la Juventud, distinto a su esencia, el gobierno enmascara una realidad. El escenario montado para el evento a un costo millonario contradice ese espíritu de solidaridad con el que menos o nada tiene, lo cual pregona el cristianismo, en una sociedad en la que la vida del hombre sin recurso se debate entre mantenerse o sucumbir.
Hay que expresar la realidad con toda su autenticidad, no hay que solaparla. Al final, ante el engaño, ella termina imponiéndose. Podrá maquillarse la verdad, pero justo coincidente con la doctrina que se enseña sobre la misma, es esta la que hará al hombre libre.
No causa extrañeza que las políticas desarrolladas para el evento, cada vez más muestran la pasta de la que están hechos los explotadores y opresores. A eso no puede ni debe prestarse el máximo exponente de la Iglesia católica. A esos hay que desenmascararlos otra vez .
El Panamá que se quiere mostrar, no lo es. Pero esa ilusión óptica es la versión de los de arriba. El pueblo, por su parte, como todas las veces, ha sido sabio. Con claridad mediana tiene su propia versión. A su manera la ha expuesto en las redes sociales: papa respetado, te rogamos llegar a Metro Park por Villa Catalina a ver si nuestra calle deja de parecer la luna; Varela usa bomberos para apagar los fuegos, no quiere protesta en la JMJ; no estamos en contra de la JMJ, pero sí del despilfarro; y así un montón de comentarios.
Pero en medio de todos estos señalamientos, aparece en las mismas redes la información de que indigentes y orates fueron trasladados a las montañas de Colón. Esto es un acto criminal, denunciado por un periodista que preguntó: ¿ Quién será la Sra. Dalis del Municipio de Panamá, que ordenó el traslado de los indigentes a las montañas de Colón? Así, en uno de los certeros comentarios se planteó: ¿Qué Iglesia estará congregada, la que castiga por pensar, o la de Romero y Gallegos que nos libera del temor al poder?
El autor es docente universitario