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DICTADURA MILITAR

Viernes Negro

El 10 de julio de 1987, una ciudadanía hastiada de la dictadura de los militares y el PRD acudió al llamado de la dirigencia civilista para protagonizar una nueva jornada de lucha contra la tiranía. A pesar de las amenazas proferidas por el régimen y su presidente títere (Eric Delvalle), los civilistas panameños, enarbolando banderas blancas—símbolo de la resistencia contra el despotismo militar—salimos de nuestras casas en dirección a la iglesia del Carmen.

Muchos encontraron su camino obstaculizado por antimotines. Otros logramos llegar a la vía España frente al propio templo, para encontrarnos con un pelotón de jenízaros en posición amenazante.

Instantes más tarde, su jefe daba un alarido y la jauría se desataba, ensañándose con aullidos, golpes, insultos, patadas, vituperios y porrazos contra los manifestantes. ¿Cuántos de esos valientes esbirros del tirano—que se hacían llamar “los dóberman”—serán hoy miembros de la fuerza pública?

Ese viernes sanguinario, las Fuerzas de Defensa, una organización criminal dirigida por el narcotirano Noriega, hirieron y atraparon a cientos de ciudadanos. En su libro Panamá protesta, Brittmarie Janson Pérez da cifras alarmantes, que coinciden con las de los profesores Araúz y Pizzurno en Estudios sobre el Panamá republicano: cerca de 600 heridos, entre ellos, 150 por perdigones; 185 vehículos destrozados; cerca de 630 arrestados.

Los detenidos de la jornada fueron arrastrados a los vehículos de las Fuerzas de Defensa. Allí comenzaba su calvario, pues el arresto por las Fuerzas de Defensa entrañaba vejámenes físicos y psicológicos.

“Desde el momento de la detención hasta el arribo a la Cárcel Modelo”, explica la Dra. Janson, se sometía a los arrestados “a una lluvia de golpes con toletes, mangueras, los cascos de los Doberman, propinándoles hasta choques con picana eléctrica”. También se los humillaba “mediante insultos y amenazas de muerte, obligándolos a recoger basura de la calle, jugar el florón” y otras vejaciones que ideaban las mentes pervertidas de los uniformados (pág. 207).

Al menos 275 mujeres, indica la Dra. Janson, fueron llevadas al destacamento de caballería del cuartel central. Otros fueron depositados en la Cárcel Modelo, esa sucursal del infierno regentada por la narcodictadura. Allí serían sometidos a ultrajes aún peores: terribles confinamientos, escalofriantes amenazas, maltratos inimaginables, crueles torturas. Así lidiaban los militares y el PRD con quienes se les oponían.

“Se comprobaron numerosas violaciones a los derechos humanos, incluyendo abusos sexuales a hombres y mujeres”, explican los Dres. Pizzurno y Araúz (pág. 622). “Esta sería”—añaden—la nota característica del régimen militar hasta su fulminante caída el 20 de diciembre de 1989”.

Brittmarie Janson Pérez añade detalles espeluznantes (pág. 212). Algunos detenidos en la protesta fueron violados por presos enfermos de SIDA, según el Dr. Edgar Sagel, secretario general de AMOACSS.

En la celda conocida como “la preventiva”, los prisioneros políticos eran golpeados y desvalijados por presos comunes orquestados por la dictadura. “Un detenido político cayó al suelo con un ataque de corazón y cuando otro prisionero, médico, que tenía un brazo fracturado, trató de socorrer al señor agonizante, un recluso común le dio una patada en el estómago”.

Según el testimonio de Jaime Abad, reproducido por la Dra. Janson (pág. 212), al amanecer del 11 de julio “300 prisioneros políticos estaban hacinados en una celda pequeña. Los metieron en un baño alfombrado de excremento, tan pequeño que no se podían mover. Entonces los guardias trajeron dos locos que los bañaron en heces. Un hombre se desmayó y tuvieron que colocarlo boca arriba para que no se ahogara en el excremento. De otras celdas se escucharon los gritos de otros prisioneros al ser violados. También recibieron choques eléctricos en los testículos”.

Como si semejante tratamiento no fuese suficientemente agravioso, esa noche, el presidente títere Delvalle apareció en la televisión para felicitar al comandante Noriega (su jefe) y las Fuerzas de Defensa por su manejo profesional y adecuado de las protestas ciudadanas.

Ese tenebroso 10 de julio, la dictadura de los militares y el PRD demostró que su poder estaba sustentado en la atrocidad y la fuerza bruta contra una población indefensa. Treinta y dos años más tarde, nuevamente bajo un gobierno del PRD, las fuerzas democráticas deben recordar el Viernes Negro y mantenerse vigilantes para impedir que semejante barbarie se repita.

El autor es politólogo e historiador y dirige la Maestría en Relaciones Internacionales en Florida State University, Panamá.


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