No importa la edad que puedan tener los hijos, siempre serán niños ante los ojos de sus padres. Así los ven los ojos de cada madre, pero hay un temor latente que está cada día adentrándose en el corazón de todos. ¿Qué está pasando con la juventud? ¿Quiénes o qué hay detrás de cada suceso que sacude a la sociedad? No puedo imaginar el sentimiento de desesperación de aquella madre que ha perdido un hijo y que en la soledad de su días se pregunta si ese hijo o hija regresará a su lado con vida.
La forma violenta en la que se ha encontrado a nuestros niños y jóvenes nos deja saber que hay odio y fuerza bruta en el trato que reciben, qué monstruo está cazando a nuestros jóvenes, qué está pasando en la base de la sociedad, que es la familia, ya que en algunos casos unos escapan, otros son arrancados de su seno familiar, pero lo que mas me preocupa es la falta de empatía que existe cuando los casos son revelados, los comentarios que hieren a esos padres que guardan esperanza.
¿Qué podemos hacer para cuidar a nuestros niños? Si bien es cierto no podemos mantenerlos en una caja de cristal, tendremos que fomentar más la supervisión, adentrarnos más en el círculo de amigos de nuestros hijos e investigar, recurrir a otros padres cuando salen y mantener el contacto… estas son algunas ideas que nos permitirán ser ese anillo de seguridad.
La policía hace rondas, hace su trabajo, pero los hijos son nuestra prioridad, debemos cuidarlos y ser ese primer frente para que en la medida de nuestras posibilidades los casos disminuyan. Orientemos a nuestros hijos, algunas veces el enemigo está en el propio entorno y se disfraza de amigo, hay muchas cosas que en el sistema han fallado, eso es cierto, unamos fuerza y levantemos la voz para cambiar lo que se pueda y que en el futuro haya casos que puedan tener un desenlace distinto a los que en estos últimos días nos han destrozado el corazón.
No es momento de buscar culpables; considero que apostar más a la prevención podría ser más efectivo. Podríamos implementar planes de apoyo en las escuelas, en grupos de la Iglesia e incluso en las comunidades, y estar atentos en estos grupos cuando veamos a nuestros jóvenes en la calle, cuidándolos como si fueran nuestros propios hijos. Ante esta ola de inseguridad, tendremos que cuidarnos entre todos, ya que es imposible exigir un policía en cada esquina. Sin embargo, en el ámbito institucional, es necesario corregir la falta de celeridad en el proceso de denuncias. En fin, queda una gran tarea por delante.
La autora es ciudadana