Mi papá nació el 19 de noviembre de 1908, en un pueblo llamado Novasulitza (Novoselitz) de la Besarabia, Rumanía, frontera con Moldavia y la inmensa Ucrania de los zares y, después, de los bolcheviques.
El destino y la Revolución Bolchevique lo traen a tierras americanas… a Cartagena de Indias, en 1929; luego a Colón, en la República de Panamá, a comienzos de la década de 1930. Es una hermosa y emotiva historia de amor que mi hermano, Juan Carlos, convirtió en novela, Como lo dijo la gitana, que pronto verá la luz su segunda edición mejorada.
Nos contaba Yanchel Voloj que no recordaba haber marchado en un desfile para celebrar algún acontecimiento especial. Lo que sí recordaba era lo que, a su vez, su papá (mi abuelo Simón Voloj) le contaba de las apoteósicas manifestaciones guerreras de los bolcheviques y sus marciales paradas, como tenebroso símbolo del yugo militar impuesto, a fuego y sangre, por los revolucionarios.
A mi papá, las fiestas panameñas le llamaban mucho la atención. Le parecían tan pintorescas y divertidas… realmente eran fascinantes. Los desfiles del 3 y 4 de noviembre lo entusiasmaban significativamente. Él nunca antes había vivido esas experiencias. Ver a tanta gente en las calles le impresionaba y emocionaba, para él era la libertad de movilización y de expresión, sin temores ni ataduras.
Nos decía que todo lo que los panameños hacían era realmente folclórico y espontáneo. Se admiraba de la naturalidad y el entusiasmo de los panameños al celebrar su separación de Colombia. Se asombraba también de la sinceridad e inocencia de sus expresiones y de la seriedad con la que manifestaban sus obligaciones cívicas, convirtiéndolas en una ruidosa ceremonia, en que las autoridades se abrazaban, fraternalmente, para rendirle los honores correspondientes a la patria.
A mi papá le agradaba participar en los desfiles del 3 y del 4 de noviembre y, en más de una ocasión, se trasladó a Colón y a Los Santos, para seguirlos en sus respectivas provincias.
Mis hermanas, mi hermano y yo desfilamos. Mi hermana mayor, como batutera, en Panamá School; otra hermana en la banda del Colegio María Inmaculada; mi hermano Juan Carlos y yo tocamos en la banda del Colegio De La Salle, mi hermano el bombo y yo el tenor. Mi padre desfilaba, discretamente, cerca de nosotros. Nos ofrecía sodas y raspaos y, por supuesto, nos tomaba fotos. Ciertamente, disfrutaba al vernos tocar en la banda y desfilar… y se emocionaba mucho. Una vez, con la voz entrecortada, nos dijo: “Yo nunca pude desfilar por nada ni por nadie. Cuando tuve que huir, creí que nunca tendría una patria y, ahora, veo a mis hijos desfilando, bajo esta bendita bandera panameña que es muy de ustedes, hijos míos, porque nacieron bajo su sombra, y muy mía, porque la elegí para vivir y morir por ella”.
Tuvo mucho sentimiento patriótico el poeta Ricardo Miró, en su inmortal poema que, precisamente tituló Patria, cuando en cada uno de los versos hizo vibrar la emoción del que se siente dichoso de tener el hogar de la patria o la patria por hogar.
Gracias, querida patria tan pequeña... “donde es más claro el cielo y más brillante el sol”, gracias por todos los desfiles que permitiste que mi padre hiciera suyos; por todos los redobles de tambores y todos los pabellones nacionales que lo hicieron sentir que también, ¡él era panameño!
