África está en un boom minero, pero ello junto con las amenazas medioambientales propias del desarrollo minero, que de seguro causará enorme alteración del hábitat de miles de especies y de ecosistemas en sí, habrá una agresiva expansión de las infraestructuras hacia los sitios naturales, aumentará la migración humana hacia las zonas prístinas y sensibles, aumentará dramáticamente la caza de animales silvestres.
La corrupción y la débil gobernanza son el caldo que amasa toda esa industria de destrucción, adornada de oro, diamantes, cobre, molibdeno, coltán y otros metales raros que saldrán de esa lujuriosa codicia por metales.
Más de 230 empresas mineras australianas participan en más de 600 proyectos de exploración, extracción y procesamiento minero en más de 42 países africanos, con una inversión total actual y prevista de más de 45,000 millones de dólares. Otras decenas de empresas andan buscando y explotando metales por decenas de países. La avaricia minera está desbordada. Todo mundo quiere ser partícipe de ese pecado capital. Nada más importa ante el vil metal.
La tragedia de los países africanos es que tienen instituciones débiles y una corrupción endémica que terminarán pagando caro el sacrificio ambiental y social, que de seguro no cambiará casi nada el panorama de pobreza y subdesarrollo que hoy tienen dichos países. La explotación similar a la África colonial sigue viva en pleno siglo XXI.
Los espejitos por oro, plata y molibdeno han vuelto a aparecer en nuestras tierras, con el mismo discurso que hace 500 años, se embolsaron las primeras remesas de metales preciosos para sus reinos.
En Panamá, tal y como lo está haciendo el Gobierno actual y los previos desde hace más de 25 años con los mineros, han decidido que mejor se saltan la institucionalidad para que nadie resulte responsable de los daños que causa dicha industria. Es un juego de villanos. Es un juego sucio como el que contamina todo el entorno minero por un poco de dinero.
En nada se diferencia Panamá de los países africanos en corrupción y juego de influencias entre grandes empresas mineras y los oficiales del gobierno que descaradamente, delante de cámaras, violan desde la Constitución para abajo, con tal de morder como pirañas las mieles del botín minero, cueste lo que cueste al país y su futuro. Para un político corrupto, lo mismo que para un político ignorante no les importa nada, ni nadie más que ellos mismos. Es duro luchar contra cabezas vacías, pero llenas de avaricia.
La minería tal y cual se ha planteado en Panamá, pisoteando la vida de muchos, sus derechos, su fincas y los bosques nacionales, pisoteando las áreas protegidas y la razón de existencia es algo inadmisible en un estado de derecho y un estado promotor del desarrollo sostenible.
Que la codicia de mineras y la ignorancia de oficiales del gobierno, no nos haga caer tan bajo como nación. Un esfuerzo colectivo es necesario para salvar el país y sus recursos de la mano peluda de la corrupción que carcome, al igual que la minería, el corazón del país.
El autor es ciudadano

