Todos nuestros problemas, todos, empiezan, radican y terminan en la falta de educación, y en los últimos días las noticias clave han sido, todas, sobre ese tema.
Uno. Lucy Molinar decidió hacer lo mismo que hizo cuando fue ministra de Educación con Martinelli: retirarnos de Pisa, la prueba de referencia global que mide el estado de la educación de los alumnos. ¿Por qué? Porque para ella, esa prueba solo va a confirmarnos lo que ya sabemos. Entonces como no va a salir como queremos, mejor no la hacemos. Eso es como pedir que no te manden el boletín de tu hijo, porque ya sabes que raya el 2 con 9. O no vas a pesarte porque ya sabes que te engordaste.
Más allá de los resultados, que por supuesto que serán fatales porque no se ha hecho nada para que cambien, lo importante es qué hacemos con esos resultados. No podemos seguir tomando decisiones improvisadas o por instinto, teniendo la herramienta que nos permite desarrollar la estrategia correcta que hay que implementar. Teniéndola a mano, porque ya habíamos cumplido con los requisitos de la OCDE y la prueba estaba lista. Esos numeritos hubieran podido, si hubiera habido voluntad política claro está, despertarnos, darle el sentido de urgencia al tema y sustentar las inversiones en las áreas que son.
Además, ¿solucionamos algo ignorando la prueba? Digo, aparte de demostrar el desprecio por la data y el método científico por parte de la ministra y de privarnos de la comparación que es vital en un mundo tan globalizado, ¿logramos algo? ¿Las escuelas, los docentes o los niños están mejor? ¿Se usa esa plata para otras necesidades? ¿O cada año escolar empieza exactamente con los mismos problemas? Cada año hay excedentes en el presupuesto que ni se ejecutan. ¿Cómo no invertir en esto tan básico, y en lo que ya habíamos avanzado?
Y eso nos lleva a la segunda noticia: las laptops que planea entregar el Meduca a los alumnos de premedia y media de las escuelas oficiales. Es innegable que tenemos una deuda con los niños, que no salen preparados para enfrentarse a un mundo que los requiere mínimamente alfabetizados en tecnología. Pero aquí hay más de mil escuelas sin luz ni internet. Y eso no cuesta los $8 millones que costaba la prueba Pisa. Cuesta $254 millones y se está haciendo con un convenio bien cuestionable.
Además de que esto no es como una camisa one size, que les sirve a todos los niños. ¿Cómo funcionan esas computadoras? ¿Qué tan avanzadas son? ¿A qué tienen acceso? ¿Ayudan igual a un alumno que vive con un celular en la mano, que a uno que nunca ha usado un teclado? Si esa tecnología no va a acompañada de formación y contenidos curados, será distractor, no ayuda. ¿Y quién supervisa eso? Digo, la supervisión no es nuestro fuerte. Y tampoco ha habido acercamiento con las ONGs educativas, como para sondear lo que ya se ha hecho o hacen otros países. ¿Las laptops evitarán la deserción, que solo el año pasado sumó a 9 mil 145 jóvenes? El problema de la deserción es más complejo que eso. Pareciera terquedad, soberbia, ignorancia o control.
Lo mismo aplica para la ley que en el gobierno pasado (y con mil dificultades) creó el Instituto de Perfeccionamiento y Bienestar Docente. La clave en la transformación del sistema son los docentes, pero ahí le están cerrando la llave a la capacitación, en teoría porque no hay plata.
Y por el otro lado, finalmente se destapó el eterno secreto a voces: el pago a cambio del nombramiento de docentes sin méritos o peor aún, con méritos, pero sin rosca. Y por otro lado, al que entra no lo capacitan. O lo premian con privilegios nivel Unachi, mientras la educación no mejora. Solo el año pasado 20 mil alumnos repitieron el año, 26 mil y tantos reprobaron alguna materia y otros 36 mil rehabilitaron una o más materias.
Entonces al final no le damos a los jóvenes lo necesario, y cuando se esfuerzan y llegan al Ifarhu a conseguir la beca que se merecen y a la que tienen derecho, se encuentran con que tampoco hay plata, porque se la dieron a otros que ni la necesitaban ni la merecían. Y ya ni siquiera nos quedamos en el tráfico de influencias, sino que pagamos por cursos virtuales a empresas recién creadas y bien artesanales, a precio de Estados Unidos presencial y a gente que ni pasaporte tenía. Un cínico cashback.
Ministra. En su libro se quejó de cómo el gobierno de Varela llegó y destruyó lo que a usted le costó construir. ¿No está haciendo usted lo mismo ahora… y de lo que se volverá a quejar cuando se vaya?