¿Cómo es que era? ¿Martinelli era Mulino y Mulino era Martinelli? Qué va. Martinelli es Trump y Trump es Martinelli. Esos sí que, ni aunque se imitaran profesionalmente, se parecieran tanto.
Veamos. Son dos personajes particulares y especialmente inteligentes que saltaron de la empresa privada al gobierno queriendo en teoría hacer un cambio en sus países, que llegaron con campañas disruptivas, que fueron muy controversiales durante sus presidencias y que les quedó gustando tanto el poder que les dio sed crónica de más poder y terminaron padeciendo las mismas enfermedades políticas. Los dos son empresarios exitosos, astutos y despiadados, que se caracterizan por los mismos méritos, ambiciones y logros, y que hicieron del juega vivo su más profunda convicción. Son muy capaces… capaces de todo.
A ver. Martinelli fue condenado por blanqueo en New Business (o sea, compró un periódico con plata de coimas para atacar a sus adversarios) y en las escuchas telefónicas, aunque confesó que tenía el pedigrí de todos, no se le acreditó la culpabilidad, pero el delito nunca fue declarado inexistente. Trump, por su parte, se llevó documentos clasificados de inteligencia del Estado para su casa. ¿Qué comparten fuera de los problemas con la justicia? El apego a la información como herramienta para controlar lo que se pueda desbordar a futuro. La concepción de que es legítimo hacer lo que sea con tal de mantenerse en el poder y eliminar a sus adversarios, y de que el poder es hacer lo que se quiere y no lo que se puede o se debe.
Los hijos de ambos han estado salpicados por acusaciones de actos indebidos, aunque los de Martinelli ya estuvieron presos. Y ambos “lloran en el cementerio”, como decía el ilustre Chello Gálvez, quejándose de que son víctimas de traidores y de persecución cuando gente que los conoce bien dice de qué ha sido testigo. Ética no es una palabra que se encuentra en sus diccionarios. Lealtad menos. Y legalidad tiene un matiz distinto al del diccionario de la Real Academia Española. Aplauden la justicia cuando los favorece. Cuando se sienten acorralados o desesperados culpan a otros y son incongruentes, aunque predecibles, pero a la vez siempre se sacan algo innovador de la manga. Ambos creen que tienen la verdad pese a que la evidencia demuestre que no, lo cual sugiere narcisismo. Y si están haciendo mal y aún así manipulan, apuntan a antisociales. Lo cierto es que flagrante y violentamente desafían la ley.
Pero ambos han logrado pasar por la justicia y han conseguir salir no solo con el abierto discurso de querer conservar el poder para protegerse y “hacer justicia”, sino reafirmando las atracciones y los rechazos que ejercen. Se sienten la expresión del poder absoluto, se tienen en muy alta estima y para ellos el mundo se separa entre quienes los apoyan y quienes no.
Y también tienen eso en común: generan pasiones extremas e indomables, y la gente que los sigue lo hace exaltada, con firmeza y convicción ciega. No importan las condenas, las confesiones, las mentiras evidentes ni las locuras sin filtro que aseguran: para sus seguidores, siguen siendo perfectos. Ambos son expertos moviendo masas, porque reflejan buena parte de las expectativas de la gente que vota.
Mienten sin sonrojarse pero mostrando mucha seguridad, y eso les da resultado en este mundo superficial y con ruido, y ante personas tan vulnerables a la manipulación de poderosos. Y dejando de lado los métodos que usan, ambos proyectan mucho carisma. Son altamente populistas y emocionales: dicen lo que la gente quiere oír, como lo quiere oír. Eso incluye el lenguaje descalificativo que, más allá de lo burdo, refleja la estructura de sus pensamientos y la dimensión de sus ambiciones. Sus fines justifican sus medios.
Ambos representan seguridad para quienes los quieren, pero simultanea y paradójicamente, una terrible fuente de inestabilidad para quienes no los quieren y para las naciones que han gobernado, a pesar de que ambos han traído a sus países los beneficios de una economía en boga.
Ah. Ambos son amigos de dictadores. Trump de Putin y Martinelli de Ortega, y a los dos los enervan los periodistas incómodos.
Pero también tienen diferencias. Trump tiene amigos y personas económicamente poderosas que se han mantenido fieles a él, como Elon Musk, mientras que Martinelli tiene abogados y allegados emplanillados. Uno se va quedando cada vez más solo, mientras que el otro no durmió anoche contando votos para convertirse, por segunda vez, en el presidente del país más poderoso del mundo. Cosas de la vida.