242 personas murieron por suicidio en Panamá el año pasado. Eso es un suicidio cada 36 horas. Y eso es grave. Empezando porque es 18.6% mayor que en 2022: 204 versus 242. Es, de hecho, el año en el que más suicidios hemos tenido. Hasta hace unos años, aquí se registraba un suicidio cada tres días: como 120 al año. Ya estamos por duplicar esa cifra. Entre 2022 y 2023 hubo 140% más suicidios en la provincia de Panamá, 74% más en Chiriquí, 92% más en Los Santos y 69% más en Colón. Y lo más grave es que el 51.2% de los suicidios de 2023 fue de menores de 39 años.
Pero lo más triste es que los suicidios son, en su enorme mayoría, prevenibles. ¿Cómo? Aprendiendo a escucharnos y a escuchar a otros, y buscando ayuda. El tema es que buscar ayuda no es fácil. Conseguir cita en la privada no es rápido ni accesible para la enorme mayoría. Y en la pública puede demorar, en promedio, de dos a tres meses. Y en el Seguro, mucho más. No todo el que sufre puede esperar tanto. Por cada suicidio hay seis intentos.
La ley exige que haya psicólogos y psiquiatras en todos los hospitales y centros de salud. Eso no se cumple. El Minsa solo tiene 81 psiquiatras y 97 psicólogos (solo 36 de ellos clínicos). Para un país en el que al menos hay 13 mil 772 personas diagnosticadas con ansiedad y depresión, solo en el Minsa. Sin contar todas las demás enfermedades mentales. Y sin contar los que van al Seguro y a la privada. Más el enorme subregistro de los que o no han sido diagnosticados o lo están, pero lo esconden por pena.
El 90% de las muertes por suicidio se dan en personas con síntomas o diagnósticos de algún trastorno de salud mental. Pero hay provincias enteras, como Darién, que no tienen psiquiatras del todo. Y tras que hay pocos especialistas, estos también trabajan en entidades como Senniaf y el Sistema Penitenciario.
A la salud mental solo se le destina del 3% al 5% del presupuesto del Minsa. Lo cual sería poco, si se cumpliera. Pero tampoco. Eso debe pagar medicamentos, capacitaciones, docencia, insumos y formación de especialistas. Panamá, por cierto, tiene una sección de salud mental. Una sección dentro de un departamento, en la que trabajan cinco personas y en la que ni siquiera hay presupuesto: tienen que solicitarlo cada vez que lo necesitan y esperar la aprobación.
En febrero del 2023, después de mil vueltas, se aprobó la ley de salud mental más básica del mundo (porque hasta ahora no había ley, créalo o no). Esa ley esencialmente dice que la salud mental es un derecho humano y que el Estado debe garantizar la cobertura. Bueno, la ley debía reglamentarse en seis meses… y seguimos esperando. Fuera de que no corrige errores garrafales del Código Sanitario (de 1947), que incluye palabras estigmatizantes como manicomio y prohíbe la atención e ingreso al país de estos pacientes.
La ley establece la accesibilidad y gratuidad de la salud mental. Pero los medicamentos no son gratis en todos los centros, y como el sistema no está unificado, el Minsa asume los medicamentos que el Seguro no tiene. Y no alcanzan. Y sobre los hospitales, los pocos que hay tienen carencias básicas y en algunos hay arreglos de pago, pero tampoco son gratis, y en otros, sin plata no entras. Como en los hospitales privados, que o no atienden pacientes psiquiátricos o les exigen acompañamiento 24/7 y una cobertura que pocas aseguradoras ofrecen.
Además, en los hospitales demoran horas en atender y muchos pacientes se van (nadie lo impide), quedando en riesgo porque no son capaces de cuidarse. Y cuando quedan hospitalizados, las historias de maltrato son de terror. La mayoría del personal no los trata con ética ni dignidad.
Como decía, los suicidios se pueden prevenir aprendiendo a escuchar y escucharnos, sin juicios ni estigmas. El estigma se acaba con docencia, pero eso cuesta, y para eso no hay. Así que el trabajo de sensibilización lo hacen particulares desinteresados.
Si usted o un allegado habla de quitarse la vida, si tiene reacciones extremas o conductas riesgosas, si se aísla, se despide o aumenta su consumo de alcohol o drogas, por favor contacte a alguno de los números de ayuda que adjunto en esta nota. Puede que no le respondan a la primera porque no todos funcionan como deberían, pero insista: su vida importa.
Todos tenemos, hemos tenido o tendremos a alguien con afectaciones mentales o con riesgo suicida. Y sí, el sistema es perverso. Pero una persona solo necesita de otra, de una, para estar a salvo. Seamos esa persona.