La pregunta es sencilla, la respuesta suele resultar conveniente, cosa que, de seguro, no daría: ¿por qué la exitosa y necesaria, saludable y social campaña contra el cigarrillo no se ha trasladado a una campaña similar contra el alcohol?
¿Acaso el alcohol no causa enfermedad y muerte? ¿Acaso el alcohol no hace daño emocional a quien lo ingiere, a sus hijos, a su esposa o esposo? ¿Acaso el alcohol no daña las finanzas de la familia, el trabajo del alcohólico, el desempeño del profesional? ¿Acaso el alcohol no afecta negativamente la escolaridad propia o la de los hijos? ¿Acaso el alcohol no alberga malas, pésimas decisiones? ¿Acaso el alcohol no desemboca en comportamientos sexuales peligrosos? ¿Acaso el alcohol no es adictivo? ¿Acaso el alcohol no destruye los planes de bienestar y la felicidad de la persona? ¿Acaso los daños del alcohol se limitan solamente a los bebedores?
La respuesta inconveniente a la pregunta del párrafo de ingreso a esta opinión es: porque el alcohol es un instrumento social y de negocios; porque el alcohol se experimenta –con anuencia de amigos y de padres- en la edad pediátrica, hasta se le hace escuela; porque el alcohol se automedica para sanar heridas que profundizará más tarde.
Tengo historias de pacientes, aún pediátricos, que me han confesado que hoy están tratados con diferentes medicamentos antipsicóticos, por adicción al alcohol y a la marihuana, por trastornos mentales neuróticos, de personalidad y psicóticos, cuya historia de consumo y uso se inició en una fiestecita de los 12 años, donde la madre sirvió “chichita”, una bebida con color, azúcar y alcohol, para atraer a los invitados; o porque sus padres, descuidadamente dejaban los vasos con bebidas alcohólicas residuales, marihuana y drogas en las mesas donde atendieron a sus invitados la noche anterior y que ellos descubrían y las ingerían. No son extrañas esas experiencias, he sido testigo, con molestia que no puedo ocultar y desacuerdo, de la invitación a un hijo menor, a tomarse “un trago” con el padre, porque “tiene que aprender a tomar”. Para la mayor parte de los niños, el ambiente familiar es su más temprana exposición al alcohol.
El alcohol desinhibe, como tal permite comunicar emociones y argumentos, aunque en algún momento ulterior, obstaculice una conversación decente y amable, facilite decir lo que mejor se callaba, y se expresen palabras altisonantes, que se amontonan bruscamente con frases enfurecidas y tropiezan con violencia, contra el otro. El consumo de alcohol es la 3ª. causa prevenible de cáncer, de al menos 7 tipos de cáncer: de la boca, de la garganta, de la voz (laringe), del esófago, de las glándulas mamaria, del hígado y del colon. En el 2020, 741,300 casos de cáncer a nivel mundial se atribuyeron al consumo de alcohol.
¿Cuántas “reuniones de los miércoles” se realizan cada semana sin servir alcohol o costearlo?, incluso en las reuniones periódicas o asambleas de miembros de las sociedades de médicos. Y, ¿cuántas veces conocemos de eventos y actividades deportivas que permiten la promoción y la venta de bebidas alcohólicas dentro de los estadios y gimnasios mientras recuerdan el lema: “mente sana en cuerpo sano”, o, escuchamos y vemos repetidamente la divulgación en radio, televisión y redes sociales de propaganda de bebidas alcohólicas durante eventos deportivos?
Como puntualmente lo han observado Luqman M. Ellythy y sus colaboradores, restricciones dietéticas o nutricionales, como las asociadas al vegetarianismo y las dietas kosher, no reciben la consideración a sus costumbres y creencias, ni se acomodan de manera prudente y respetuosa. Y, mayúscula es la desconsideración hacia las personas que, por razones médicas o de su salud mental, incluso expuestas a recaídas de sus adicciones, son incomodadas con estas promociones.
Tanya Nieri y colaboradores examinaron en una universidad californiana, entre los organizadores de eventos donde se permitía el uso de bebidas alcohólicas a profesores, personal y estudiantes graduandos, el comportamiento de estos organizadores y el manejo y la comprensión de los riesgos relacionados con el alcohol para las personas en recuperación de trastornos de uso de substancias y otros no bebedores. Ellos refieren que estos organizadores estaban más preocupados por evitar problemas legales y menos preocupados para promover el uso responsable de bebidas entre los bebedores y, frecuentemente, no estaban atentos a las necesidades de los no bebedores. Entre las respuestas para explicar este comportamiento, los organizadores resaltaban, sobre el alcohol, aquello de que “la gente necesita alcohol para relajarse y socializar”; sobre los bebedores, “solo los estudiantes de grados más bajos se exponen a consumo riesgoso de alcohol”; sobre las personas en recuperación, “ellos no se auto-controlan”.
Estas respuestas no solo reflejan estigmas de construcción social hacia la persona con trastornos de uso, aún sea una en recuperación con todo los méritos y honestidad para alcanzarla y mantenerla, sino que revelan desinformación e ignorancia sobre estos trastornos que, no lo son de carácter, sino que son una enfermedad del cerebro.
La educación de todos los segmentos de la sociedad sobre los daños de las adicciones es urgente y debe iniciarse desde muy temprano en las escuelas, en los hogares, en las clínicas de los médicos. Los riesgos del alcoholismo se generan desde las primeras oportunidades de los niños y adolescentes para ingerir alcohol. Pero, a nivel de eventos sociales, profesionales, empresariales o deportivos, donde se reúnen personas de diverso origen, formación y creencias, se da la oportunidad única de favorecer una cultura de salud sin dar por garantizado que no es necesario porque estas personas proceden los más altos estratos de educación y formación. Que el alcohol se socialmente aceptado - su disponibilidad, su precio y su promoción- es el pasaporte social más perverso que se concede dar a la enfermedad.
El autor es médico.