En las últimas décadas, hemos cambiado radicalmente nuestras dietas y hábitos alimentarios. Hemos pasado de platos elaborados con alimentos de temporada, ricos en fibras y nutrientes, a dietas hipercalóricas, con alto contenido en almidones refinados, azúcar, grasas y sal.
Estos cambios se deben en buena medida a la globalización, la urbanización y la ajetreada vida que llevamos. Y es que este cambio se percibe con mayor intensidad en las ciudades, donde los desplazamientos al lugar de trabajo, la jornada laboral y las múltiples responsabilidades dejan cada vez menos tiempo para preparar comidas en casa.
El entorno alimentario tampoco ayuda; en todas las ciudades se encuentran establecimientos de comida rápida por doquier, vendedores de alimentos altamente procesados en los espacios públicos, publicidad y promociones que te invitan a consumir este tipo de alimentos de forma rápida y accesible.
Pero estos hábitos alimentarios poco saludables y estilos de vida sedentarios han disparado las tasas de obesidad, no solo en los países desarrollados, sino también en los países de bajos ingresos donde, a menudo, hambre y obesidad coexisten. Ahora, más de 800 millones de personas sufren hambre, mientras que más de 650 millones de adultos y 120 millones de niños y niñas (de 5 a 19 años) son obesos y más de 40 millones de niños tienen sobrepeso.
Panamá, al igual que la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, enfrenta esta doble carga de malnutrición: un 10% de la población padece subalimentación al mismo tiempo que el 62% de los adultos panameños tiene problemas de sobrepeso y 1 de cada 4 padece obesidad. Esto supone que la proporción de panameños y panameñas afectados por obesidad es más del doble que las que padecen hambre en el país.
La obesidad es un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedades no transmisibles (ENT), entre las que se incluyen enfermedades cardiovasculares, la diabetes y ciertos tipos de cáncer. Estas enfermedades están repercutiendo en los presupuestos nacionales de sanidad, al ser la causa de una quinta parte de las muertes en todo el mundo. En Panamá, datos del Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC) muestran que en 2017 ocurrieron 19,482 muertes, y entre las 10 principales causas estaban enfermedades cerebrovasculares, las isquemias al corazón, la diabetes, la hipertensión y tumores malignos, las cuales se asocian a la obesidad.
Para la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), erradicar el hambre en el mundo es nuestra prioridad principal. Sin embargo, no podemos obviar otras formas de malnutrición que están creciendo a un ritmo alarmante, poniendo en riesgo la salud de la población. Porque el concepto Hambre Cero es más amplio y no se limita a la lucha contra la subalimentación; incluye todas las formas de malnutrición.
Por este motivo, hoy 16 de octubre, Día Mundial de la Alimentación y también 74º aniversario de la fundación de FAO, hacemos un llamado a la necesidad de hacer que las dietas saludables sean asequibles y accesibles para todos, recordando que acabar con todas las formas de malnutrición es un asunto público, no un problema individual. Esto implica adoptar un enfoque multisectorial, que involucre a los gobiernos, el sector privado, la academia, la sociedad civil y a la ciudadanía en su conjunto.
Los gobiernos tienen un papel fundamental para reducir el hambre, mejorar la nutrición y transformar los sistemas alimentarios para abordar las causas de la malnutrición en todas sus formas. Esto incluye diseñar e implementar políticas y programas favorables a la nutrición, incluidas aquellas que apoyan los programas escolares de alimentación y nutrición, como el caso reciente de Estudiar sin Hambre en Panamá; aumentar la disponibilidad y la asequibilidad de alimentos diversos y nutritivos para una alimentación sana; y favorecer opciones alimentarias más saludables a los consumidores a través de los medios de comunicación, campañas de sensibilización pública, programas de educación nutricional, y etiquetado nutricional, entre otros.
El sector privado también puede contribuir a alcanzar este objetivo, brindando opciones alimentarias asequibles y nutritivas; proporcionando información adecuada y fácil de entender a los consumidores sobre nutrición; gestionando los recursos naturales de forma sostenible y eficiente; y priorizando la mejora de la nutrición y la seguridad alimentaria a lo largo de la cadena alimentaria.
Y, por supuesto, cuentan las acciones individuales. Nosotros, como consumidores, debemos tomar conciencia de la importancia de la alimentación para nuestra salud y adoptar buenos hábitos alimentarios. Por ejemplo, debemos aumentar nuestra ingesta de frutas, verduras, legumbres, nueces y granos integrales; limitar el consumo de alimentos y bebidas con alto contenido de azúcares refinados, grasas saturadas o sal; reducir el consumo de alimentos industrializados en favor de alimentos más diversos y tradicionales y tener en cuenta el impacto ambiental de los alimentos que comemos. A este respecto, recomendamos la consulta de las Guías Alimentarias para Panamá del Ministerio de Salud (Minsa).
En definitiva, todo el mundo puede desempeñar su papel, tomar acción y promover “Una alimentación saludable para un mundo Hambre Cero”.
El autor es coordinador subregional de la FAO para Mesoamérica y representante en Panamá