El 10 de marzo de 1945, en la escuela de Pocrí, Rodrigo Miró leyó una conferencia en homenaje al poeta pocrieño Rodolfo Caicedo titulada: Hacia una visión panameña de nuestra historia. En esa velada cultural la voz del historiador pronunció la siguiente frase: “…es evidente, y altamente promisor, que ya empieza a dolernos Panamá”. Rodrigo Miró hacía referencia a Unamuno quien decía que “le dolía España”.
“Me duele Panamá”, se escucha a coro en la actualidad, pero Miró, en la década de 1940, había advertido que era necesario buscar el remedio para ese dolor, y que la cura estaba en conocer los antecedentes de la historia clínica del país. “En el caso concreto de nuestro pueblo, si no nos adentramos en el conocimiento y en la interpretación de nuestra historia”, no vamos a encontrar la cura.
Álvaro Menéndez Franco falleció el jueves 4 de julio. Poeta, conferencista, orador, hombre de ideas y convicciones ideológicas y devoto de memorias históricas. Los que tuvimos el honor de conocerlo sabemos que siempre habló con entusiasmo de lo que más le gustaba que era la literatura y recordar aquellas anécdotas históricas que llenaron de gloria a la nación.
Álvaro Menéndez Franco no fue un historiador sistemático con un desempeño científico para acopiar sus conocimientos en obras como lo han hecho los grandes historiadores en libros voluminosos de extraordinario valor histórico, pero don Álvaro tenía una memoria privilegiada que podía convertir una anécdota, una crónica o un simple semblante en un episodio épico.
Álvaro Menéndez Franco nació el 25 de abril igual que Rogelio Sinán, pero en 1932. Escuchar a don Álvaro en una romería, en la presentación de un libro, en una oratoria de un evento patriótico, significaba dar una mirada retrospectiva a nuestra identidad nacional; era darse un baño con la memoria de un pueblo pequeño que tiene grandes identidades. Don Álvaro fue un hombre que cultivó formas de memorias infinitas.
La muerte de Álvaro Menéndez Franco es, simbólicamente, la muerte de la memoria. Con su despedida sin retorno, como suele suceder con los hombres que han honrado y dignificado a la patria, y que han labrado con las palabras nuestra historia, también muere un poco la identidad, la panameñidad y la nacionalidad de un país que duele en su olvido porque día a día crece la indiferencia por los símbolos que nos dejaron los días idos.
Los panameños no tenemos cultura de la memoria. Hemos descuidado las bibliotecas y museos, nuestros monumentos son un culto a la indiferencia, hasta los cementerios pagan la desidia administrativa, murales y bustos son devorados por el tiempo. Sin embargo, aún tenemos la oportunidad desde la educación y la gestión cultural de priorizar en la memoria como una posibilidad de reconstrucción del pasado, sin olvidar que al momento de retomar sus elementos su sentido y significado puede cambiar. Por eso ocurre el milagro de que la memoria es un conjunto de momentos que se rememoran en tiempos de crisis para fortalecer lo que realmente importa y darle nuevas posibilidades al presente.
Cuando uno escuchaba a don Álvaro descubría el valor que tenían los recuerdos. Tal vez por allí deberíamos de empezar con una pregunta sencilla: ¿Qué es la memoria? ¿Qué significa recordar? ¿Existen formas de memoria? Podríamos pensar en una memoria histórica, una memoria colectiva, una memoria individual, una memoria social, una memoria política, una memoria ecológica… formas de memoria que debemos pensar y que, de pronto, no solo están en los libros y los museos, sino en las cosas que nos rodean, en los parques, en esa casa que alguien habitó, en ese sendero caminado.
Cómo darle sentido a la memoria como don Álvaro lo hizo con una simple anécdota que se conectaba desde el pasado con el presente. Cómo la experiencia vivida del otro puede darle un significado a nuestra vida. Cómo nuestras narrativas colectivas y personales se tejen con los rituales cotidianos, con los grandes triunfos y fracasos de la nación; cómo puede ayudarnos a construir un destino el pasado.
Tal vez a don Álvaro Menéndez Franco también le dolía el país, porque en su memoria cansada ya no había espacio para acumular los días de una patria también fatigada de tantos desaciertos e infortunios que han ido borrando lo que el ser panameño tenía de grandeza en el pasado.
Hay memorias que se desplazan a través de la oralidad. Son más solidarias y sanadoras porque son parte de la memoria social. También hay memorias que se instalan de manera textual en periodos y cronologías precisas y a veces escritas desde el poder. Pero la memoria siempre será libre porque personas como don Álvaro Menéndez Franco le dan vida y sentido a la anécdota, al relato y la existencia para que Panamá nos duela menos.
El autor es escritor.
