En un contexto global marcado por la rivalidad geopolítica, el proteccionismo económico y el debilitamiento del multilateralismo, se obliga a América Latina y el Caribe (ALC) a mirarse con crudeza: ¿está realmente preparada para actuar como bloque en este nuevo orden internacional?
La reciente IX Cumbre de la CELAC en Tegucigalpa parece ofrecer una respuesta desalentadora. Frente a desafíos tan complejos como las crisis migratorias, las guerras comerciales o la transición energética, la región volvió a refugiarse en discursos ideologizados y gestos simbólicos, sin voluntad política para articular una estrategia común. Más allá de las fotos oficiales y una declaración final poco ambiciosa, la CELAC continúa evidenciando una preocupante falta de cohesión y visión de largo plazo.
Y sin embargo, el momento no podría ser más propicio para relanzar un proyecto de cooperación regional que permita a ALC recuperar márgenes de autonomía y desempeñar un papel más activo en la configuración del nuevo orden global. Como único foro que reúne a los 33 países latinoamericanos y caribeños, la CELAC tiene el potencial de convertirse en una plataforma estratégica. Pero esto exige superar las fracturas ideológicas y priorizar intereses compartidos por encima de afinidades coyunturales.
No se trata de reeditar los discursos del no alineamiento, sino de construir una política exterior más flexible, proactiva y adaptativa, que permita diversificar alianzas y ganar capacidad de maniobra. La noción de autonomía líquida (Esteban Actis y Federico Malacalza, 2021), entendida como la capacidad de anticiparse, adaptarse y resistir en escenarios adversos, ofrece hoy una clave útil. En lugar de apostar por una resistencia inflexible, ALC necesita desarrollar resiliencia estratégica mediante diplomacias de nicho, cooperación temática y articulación con múltiples actores, incluidos gobiernos locales, sociedad civil, empresas y academia.
Las múltiples crisis que convergen en la región —sanitaria, social, climática, financiera— exigen abandonar enfoques rígidos y avanzar hacia una diplomacia regional multidimensional, multiactoral y multinivel. La cooperación no debe ser solo política: debe traducirse en agendas concretas como salud, infraestructura, transición energética, seguridad alimentaria o regulación tecnológica. Son estos enclaves de autonomía los que permitirán a la región posicionarse con mayor peso en un mundo cada vez más fragmentado.
Mientras otras regiones redactan estrategias comunes frente a los nuevos desafíos, América Latina sigue firmando declaraciones vacías, mientras millones de sus ciudadanos cruzan fronteras en busca de oportunidades que sus países no les ofrecen.
El desafío es claro: o la región se reencuentra como bloque con visión estratégica, objetivos alcanzables y voluntad de acción colectiva, o continuará disgregada, desdibujada en el escenario internacional. La historia no espera. El tiempo de actuar con ambición, realismo y cooperación es ahora.
El autor es politólogo y jurista.
