A los 30 años de la masacre de Albrook

A los 30 años de la masacre de Albrook


El tener relación con un medio internacional como La Voz de Estados Unidos de América te permite conocer hechos de relevancia que se van a dar dentro o fuera del país. Cuando era tarde en la noche del dos de octubre de 1989 recibo una alerta de que algo grande se fraguaba.

El mensaje no era muy preciso, pero a juzgar por algunos elementos todo indicaba que habría en las próximas horas, movimientos inusuales en la sede de las mal llamadas fuerzas de defensa. Llamé a la base de la emisora y los periodistas de planta no tenían certeza exacta de los hechos por venir.

Desde ese momento me mantuve en vigilia. Hice varios contactos con fuentes cercanas al gobierno y al ejército. Las respuestas eran igual de imprecisas, pero en nuestro mundo periodístico sabemos que cuando una fuente te da un no rotundo es porque todo es especulación, sin embargo, cuando te expresan que “no lo puedo negar ni afirmar”, significa que se cocina algo.

Se corrían rumores de que a Manuel Antonio Noriega le iban a dar otro golpe, igual como el ocurrido el 16 de marzo de 1988. Todo pertenecía al mundo del bochinche. A las cinco de la mañana una fuente de entero crédito me informa que dentro de poco tiempo se darían movimientos inusuales de soldados.

Temprano me dirigí a la Universidad de Panamá con la intención de conversar con periodistas y profesores de la Facultad de Comunicación Social. Ya en camino fui informado a través de un radio troncal que a Noriega le darían un golpe.

El veterano periodista y profesor, Luis González, conocido como el doctor Chapatín, me recibió en la universidad. Al verme agitado me preguntó sobre mi estado de ánimo. Le expresé lo que ya sabía. Con ese apostolado en las venas dijo que me acompañaría.

No lo consideré prudente, dada la edad avanzada del docente. Al ver su alto grado de decisión no me quedó otra que llevarlo. “Espero que no tengamos que abandonar el auto y salir corriendo porque allí sí que pelaremos el bollo”, le dije.

Abordamos mi camioneta blanca, Nissan Blue Bird. Tomamos por la avenida de Los Mártires y cuando ya nos acercábamos a la desembocadura que da al cuartel observamos a una gran cantidad de soldados en arreos de combate. Fuimos obligados a internarnos hacia las áreas revertidas, como pude di una vuelta peligrosa que me llevó hasta el puente de Las Américas, antes de subir giré en u. De nuevo de regreso al teatro de los acontecimientos. Delante de nosotros vimos a un vehículo color celeste de la marca Hyundai. De él se bajó una persona conocida. Era el periodista Toti Urriola de los diarios al servicio de la dictadura. Lo obligaron a bajar y con casi las rodillas topando el suelo se le pidió que pusiera las manos sobre su cabeza.

Desde ese momento comprendí que los soldados representaban al movimiento en contra de Noriega. De ser leales a la dictadura no tratarían a Toti Urriola como lo hicieron. Mientras revisaban al colega, el profesor Luis González me pidió que no mostrara el carné de La Voz de Estados Unidos de América. “Puede ser una revolución comunista, así que nada de identificación. Una vez soltaron a Toti Urriola nos tocó el turno. Bastó conque los soldados vieran nuestras caras, para que, con sonrisa a flor de piel, expresaran, “pueden seguir”. Allí pude comprobar que eran alzados contra Noriega.

El resto de la historia es conocida. Aquel soldado que abortó el primer golpe que encabezó el coronel, Leonidas Macías, era quien dirigía la segunda intentona. El mayor Moisés Giroldi tuvo a Noriega en sus manos.

Cuenta uno de los participantes que ellos sabían que Noriega estaba en su oficina. Le mandaron toda clase de proyectiles que nunca pensaron que saldría vivo. El hombre se las ingenió para salir ileso. A los pocos minutos llegaron a eso conocido como búnker, donde estaba el general. Al toparse con Noriega le expresaron que desde ese momento estaba arrestado. Los camiones estaban listos para llevarse al general hacia la sede del Comando Sur, en la zona del Canal de Panamá. Ante la insistencia de los otros oficiales, Giroldi manifestó que quien daba las órdenes era él.

Mientras todo ocurría los grupos leales a Noriega fueron llegando. En ese momento en que Giroldi tuvo a Noriega rendido, la suerte de los dos estaba echada. O lo trasladaban a manos de los gringos o con la llegada de las fuerzas leales al general, se frustraba otro golpe y se ponía en entredicho la vida de los golpistas. En el primero del 16 de marzo de 1988 Noriega dijo que, a futuro, los que se atrevan a imitar a Leonidas Macías y sus secuaces, sus familiares solo tendrán oportunidad de llevarles flores al cementerio.

Noriega era un experto maniobrando y convenciendo. Logró ganar tiempo, a través de la sicología pudo sortear el peligro. En la tarde de ese día los principales dirigentes de la intentona fueron asesinados en lo que se conoce como la masacre de Albrook.

A Giroldi lo mataron en el cuartel de Tinajitas al día siguiente. El coronel Carlos Arosemena King leyó un parte donde explicaba que los compañeros de armas murieron en combate, cuando en realidad fueron torturados y fusilados. Así lo viví, así lo cuento.

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