Tengo una caja roja, cerca de donde escribo, en la que guardo fotos de Panamá. Una de ellas muestra aquel noviembre mío en el que desfilé, en el cuadro de honor del Instituto Técnico Don Bosco. Estaba en segundo año y se me ve con aire marcial, cruzada de derecha a izquierda la camisa con el tricolor patrio, guantes blancos, mirada al frente y llevando el paso.
Aquel año 1985 habían asesinado a Hugo Spadafora y el público no quería que los alumnos que desfilaban saludaran a la tribuna presidencial. “¡Si son inteligentes, no saluden!”, nos increpaban, así que pasamos corriendo por delante del “poder”, instalado en la tarima de la plaza Víctor Julio Gutiérrez, si no me falla la memoria.
Hemos olvidado aquel noviembre mío, y el suyo, querido lector, el de casi todos. La desmemoria instalada por los entusiastas de la ignorancia ha contribuido a la cerrazón e impermeabilización a cualquier tentativa de revisión histórica que nos enseñe qué ocurrió de verdad para que seamos una República. Nadie quiere renunciar a su noviembre, así sea mentira todo lo que nos han contado.
Están apareciendo libros muy interesantes que plantean otra visión de los hechos que nos separaron de España, nos vincularon a Colombia y luego nos separaron de ella. Se arman revuelos románticos por las redes y se lanzan acusaciones de mentira y manipulación contra los autores, pero nadie lee los libros (y lo reconocen), demostrando que cada uno quiere mantener lo que cree más allá de los hechos.
En aquel noviembre mío, marchaba sin saber que lo hacía sobre el suelo de la historia.
No permitamos que nos despojen de ella con silencios institucionales, no dejemos de preguntar por los hechos que nos trajeron hasta aquí, porque ya nos están contando otra historia de todo aquello y nuestros hijos la están creyendo. Total, nunca les dijimos nada, nunca les contamos que nuestro país era aquel y no este que nos están inventando.