Autocrítica



Si algo está faltando en este momento en particular, y en general en nuestra democracia, es la práctica de la autocrítica, que ha sido sustituida hace tiempo, por la religiosidad ideológica. De esta necedad no se salva casi ningún político de los últimos treinta años en Panamá.

Es increíble ver cómo personas inteligentes, hasta leídas, son incapaces de criticar su posición política: han convertido su ideología en una religión que les prohíbe usar el criterio y les nubla la valoración de los hechos. No son capaces de decir nada que contravenga al partido ni al líder, así se esté desmoronando la mismísima democracia. Viven presos de un relato que les conviene mantener para su beneficio.

Nadie quiere salir movido en la foto, nadie quiere que lo dejen por fuera y sin su salve. El religioso político teme ser echado del paraíso del amparo del corrupto. Así, afloran los bienpagaos, palmeros y lambones, que no admitirán nada contra el “robó, pero hizo” o “el buen gobierno” con tal de que después le den su premio.

Abochorna ver a tantos simpatizantes tricolor casi justificando la corrupción, no siendo capaces de reconocer que lo que están haciendo merece un cambio radical. Ninguno ha sido capaz de decir públicamente lo que está haciendo mal el gobierno, y nadie tiene el suficiente criterio y la altura de miras más allá de la ideología para decir que así no se pueden hacer las cosas.

Esta coyuntura exige, desde los mismos partidos, una autocrítica profunda que sea capaz de apartar de los puestos de poder a los peores. Y aunque sé que no va a ocurrir, merece la pena decirlo para que, cuando nos toque votar, dejemos fuera del poder a los que con su silencio religioso y enfermizo permitieron a su partido romper la confianza en nuestras instituciones. Los que se callan justifican con su silencio la corrupción y revelan su agenda para cuando lleguen al poder: seguir haciendo lo mismo.

El autor es escritor

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