Nombrar es dar, sin quererlo, una tendencia vital a lo nombrado, por eso es muy importante pensar (siempre lo es) que un nombre, la mayoría de las veces, es una impronta que explica el destino final de lo nombrado, justo como pasa con los “Auxilios económicos”, que tienen un nombre de “salve” arbitrario, de deferencia gubernamental y de partida a la que se puede meter mano para distribuir a discreción, tal como demuestra el listado publicado por este periódico.
Esta costumbre de usar subterfugios para nombrar los asuntos públicos esconde un deseo de hacer pasar el robo, la mentira y la coima por “generosidad” gubernamental con el “pueblo”, sustentado en la idea expresada por Carmen Calvo, otrora vicepresidenta española, de que “el dinero público no es de nadie” y, aunque seguro quiso expresar otra cosa, el lapsus aclara el fondo del pensamiento gestor y político, igual que aquí en Panamá, al creer que se puede “auxiliar” al ciudadano, como si la plata fuera de la institución y los panameños una suerte de necesitados de la limosna estatal.
Encima, el “auxilio económico” se le ha dado, por cuantías escandalosamente sangrantes, a hijos, sobrinos y nietos de destacados y descastados políticos, famosetes y amigotes de casi todos los colores partidistas. Y, para colmo, esos mismos funcionarios, “generosos” en su mente perversa —ladrones y embusteros, lisa y llanamente—, pretenden reelegirse y seguir en la carrera política, porque están convencidos de que este de verdad es un asunto de “auxilio” y no de malversación.
“¡Socorro!”, me parece que gritan hace rato los “auxilios”, que llevan siendo violentados por la corrupción clientelar instalada en el ADN de este gobierno y sus predecesores. Lo malo es que, entre auxiliadores y auxiliados y posibles auxiliadores y auxiliables, se queda todo el mundo callado, con la esperanza de que, cuando se llegue al poder, se hará lo mismo, total, “la plata no es de nadie”, “¡juega vivo!”, “¡quítate tú pa’ poneme yo!”.
El autor es escritor

