Ayacucho, bicentenario de la batalla que selló la independencia de Perú e hispanoamérica



La independencia definitiva de Perú y de “América toda” se encontraba –a fines de 1824– cerca de ser alcanzada, sobre todo, después de la contundente victoria de las fuerzas patriotas frente al ejército realista en la Batalla de Junín, en agosto de 1824.

Luego de ser reorganizadas, las tropas leales al Virreinato del Perú preparaban su estrategia para atacar a los regimientos del Libertador Simón Bolívar, quien sintiéndose convencido de controlar la situación, dirigía su ejército hacia Ayacucho “para asegurar la inminente victoria y terminar la campaña militar”, así como empezar, seguidamente, la etapa de la confederación política en América.

En esas circunstancias, Simón Bolívar retornaba a Lima, entrando a la ciudad el 5 de diciembre de 1824, dejando al ejército emancipador bajo el mando de Antonio José de Sucre. Dos días después, el 7 de diciembre, hace 200 años, con el apoyo del ideólogo republicano peruano José Faustino Sánchez Carrión, entonces ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de Perú, el Libertador –confiando en la gran victoria de Ayacucho– cursa las invitaciones a los gobiernos americanos para que asistan al Congreso Anfictiónico de Panamá, que finalmente se celebró dos años después.

El mismo 7 de diciembre de 1824, el virrey José de La Serna y sus fuerzas, que sumaban 10 mil hombres y una caballería de mil, arribaban a Ayacucho, instalándose en las alturas del cerro Condorcuna, en una posición dominante sobre la Pampa de la Quinua, donde el Ejercito Libertador, compuesto por no más de 6 mil hombres, se encontraba establecido.

Al día siguiente, el 8 de diciembre, se produjeron escaramuzas pero, ante todo, como lo relata Guillermo Miller, general en jefe de la caballería independentista: “los oficiales de cada lado aprovecharon para saludarse y los hermanos y familiares repartidos en uno y otro ejército se abrazaron antes de la batalla”.

El 9 de diciembre de 1824, en la Pampa de la Quinua, Ayacucho, ambos ejércitos se mantenían firmes en sus posiciones. Los patriotas contaban con una línea conformada por las huestes que provenían de los diversos nacientes estados sudamericanos: Perú, Gran Colombia, Provincias Unidas del Río de la Plata, y Chile.

En la decisiva Batalla de Ayacucho, como antes lo habían hecho en la Batalla de Junín, también participaron, de manera destacada y categórica, los Batallones del Istmo, conformados por cerca de 700 valerosos combatientes panameños, procedentes de Ciudad de Panamá, Santiago de Veraguas, Chagres y Portobelo.

A las tierras del Perú llegaron -entre otros– los notables panameños conocidos como los “legionarios de la libertad”: Tomás Herrera, líder de los batallones y gran héroe en las batallas de Junín y Ayacucho, José Antonio Miró Rubini, José María Chiari, Fernando Ayarza, Francisco Durán, Juan de la Cruz Pérez, Bernardo Vallarino Ximénez, Sebastián de Arce Delgado, Bartolomé García de Paredes, José Vallejos, Manuel Robles, Benito Lezcano, Ciprián Barrientos, Francisco Trinidad, Salomé Cedeño, José María Alemán y Manuel Ramos. Asimismo, se sumó el doctor José Domingo Espinar, médico, político y militar panameño, quien además se desempeñó como secretario y médico del Libertador, a partir de 1824.

En el fragor de la batalla, los realistas se dieron cuenta que su ubicación no les permitía hacer uso adecuado de los cañones y de la caballería, en tanto los patriotas avanzaron alentados por José de Sucre, quien repetía “¡Soldados!, de los esfuerzos de hoy pende la suerte de la América del Sur, otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia”, y el General José María Córdova arengaba a las tropas a voz de “¡Soldados, armas a discreción, paso de vencedores!”.

Al cabo de una hora de violento combate, en el campo de batalla quedaban mil 400 realistas muertos, 700 heridos, mil prisioneros y 15 piezas de artillería perdidas, en tanto los patriotas victoriosos perdieron 370 hombres y registraron 609 heridos.

En ese escenario, se firmó la Capitulación de Ayacucho entre el Mayor José de Canterac, en representación del herido y capturado virrey La Serna, y el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, quien establece el retiro definitivo de los ejércitos peninsulares de Perú; ratifica la ansiada independencia de Perú; y asegura el término de 14 años de guerra libertadora de América del Sur.

En Ayacucho se había escrito una de las páginas más memorables de la historia de Perú y de América, que permitió sellar la emancipación de las nuevas repúblicas hispanoamericanas y determinar el fin de los 300 años de dominación española en el continente.

Los valores de la libertad, el liberalismo, la igualdad de las personas, la libre determinación de los pueblos, la integración de los países, la cooperación militar y del republicanismo, se encuentran como legado de la bicentenaria gesta de Junín y Ayacucho, que fueron recogidos en el espíritu del Congreso Anfictiónico de Panamá.

La celebración del Congreso de Panamá de 1826, precursor de la unidad e integración hemisférica, a través de la OEA, no hubiese tenido sentido sin la independencia plena alcanzada por Perú y América continental en la concluyente batalla de Ayacucho, “cumbre de la gloria americana”, según lo expresado por Simón Bolívar.

En esta especial celebración del Bicentenario de la Batalla de Ayacucho y los 200 años de la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá, los peruanos nos unimos para rendir un renovado reconocimiento al heroísmo de Tomás Herrera, el más distinguido de los soldados panameños, así como de los valientes istmeños que acompañaron la proeza independentista del Perú y de toda la América del Sur.

El autor es embajador de Perú en Panamá.


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