El 1 de julio de 2014 la revista Forbes publicó“100 consejos al presidente”, en el cual representantes de diversos sectores de Panamá y Centroamérica ofrecieron su consejo al nuevo presidente de Panamá.
Mi consejo fue: “Combata de verdad la corrupción privada y pública que carcome a Panamá, concentrándose en que haya justicia efectiva. Predique con el ejemplo y manténgase en contacto con la realidad, sirviendo siempre con humildad”.
Tres años han transcurrido, y si tuviese que dar nuevamente consejo, no dudaría en repetir lo expresado.
Panamá vive tiempos difíciles en materias en las que he dedicado años de estudio y trabajo. Gobierno corporativo, ética, transparencia, corrupción privada y pública, blanqueo de capitales y la delincuencia de cuello blanco, son todos retos a los cuales se ha tenido que ir dando respuestas a los golpes, en su gran mayoría forzado por acciones provenientes del exterior, y siempre de manera reactiva y no proactiva.
En estos tres años se han dado varios casos que han tenido efectos nocivos para la imagen de transparencia del país. En su gran mayoría se ha tratado de crisis heredadas de un sistema que ha venido acumulando décadas de libertinaje, y que no han podido ser siempre convertidas en oportunidades de poner “la casa en orden” con acciones ejemplares y creíbles.
Se ha tratado en algunos casos, pero el denominador común ha sido salir urgentemente del problema, resolver, pero no necesariamente innovar y preparar a Panamá para el futuro.
Ejemplo concreto: Panama Papers, el Órgano Ejecutivo aspiró- positivamente-, con el comité de expertos independientes que evaluó las prácticas del centro de servicios financieros panameño: “a que el país lidere los esfuerzos de la comunidad internacional para construir una nueva arquitectura financiera global”.
La palabra clave era liderar. No obstante, las acciones han sido más defensivas que inspiradoras.
Las medidas normativas, necesarias, difíciles, y que hay que reconocer que su adopción ha requerido trabajo, han sido para lograr solucionar la situación conflictiva coyuntural y para, de ser posible, (que no lo es) continuar como antes. De esa manera, pragmática y lógica, lamentablemente no se logra liderazgo.
Liderar sería adoptar, antes que los demás, medidas innovadoras que pongan a Panamá a la vanguardia.
Un ejemplo, que abarca todos los temas listados antes, sería adoptar buen gobierno corporativo para empresas estatales panameñas, profesionalizando totalmente las juntas directivas (directores independientes), alejándolas de la política (directores no funcionarios ni ministros presidiendo directivas), asegurando su diversidad (de género y de todo tipo) y una correcta y permanente rendición de cuentas de alta calidad (con auditorías integrales, no solo financieras, y transparencia en tiempo real).
El mandatario panameño que adopte esta medida estará sembrando las bases de un futuro más próspero y sólido, en el cual los servicios como el agua, la electricidad, las autopistas, los aeropuertos y el metro, todos servicios públicos brindados por empresas estatales, dispongan del mejor gobierno corporativo posible en beneficio práctico de todos.
Propuesta como la indicada corre la suerte, siguiendo a Schopenahuer, de las tres fases de toda “verdad” y que son: primero, es ridiculizada; segundo, recibe violenta oposición; tercero, es aceptada como algo evidente.
Un mandatario líder puede y debe superar las dos primeras fases y cosechar los frutos de la tercera. Todavía quedan dos años.