Inicio con lo que me pregunto repetidamente: “Trump, quien es una vergüenza moral y política para la Democracia norteamericana, ¿por qué ha llegado donde está políticamente, con una tercera oportunidad de ser y repetir, presidente de Estados Unidos? Este fenómeno no es propiedad intelectual de solo ese país. Como, tampoco lo es la banalización de nefastos propósitos de persecución y venganza, de un delincuente que huye de la cárcel y pretende romper todo vínculo con la democracia y la Constitución.
Sus crímenes, desde el manejo de sus negocios y empresas, haciéndose pasar por un exitoso empresario, cuando era necesario, o uno no tan exitoso, cuando tomaba caminos para violar los compromisos y leyes fiscales. Sin embargo, hay unas canalladas sin nombre o, con solo su nombre: Trump. Trump University burló estudiantes y profesionales con el establecimiento de una universidad confiada a la sombra de su nombre e historia, como desarrollador inmobiliario, gran emprendedor y hacedor de fortunas. Un fraude colosal, sin escalofríos ni rubor para él, que denunciaron los propios estudiantes. El rosario de actos fraudulentos e inmorales, un encanallamiento moral, ha dado indulgencias a otros que, andan con la misma desfachatez en más de un país, en más de un continente.
Volviendo a la pregunta pertinente, una consideración incompleta es que algunas clases sociales, cansadas de tanto desprecio y abandono, no buscan a alguien que los redima, sino a alguien que tome venganza por ellos, mediante una ruptura violenta contra el statu quo. Algo así como el nacimiento de un redentor: la figura falsificada del carisma político que establece un liderazgo con trascendencia y complejidad social, con el potencial de ser revolucionario y de producir cambios, como señala María Blanca Deusdad Ayala.
En otra consideración, la politización de la libertad de optar, lo que en el inglés se denomina freedom, se instrumenta peligrosamente en las ofertas electorales, en las ofertas de los políticos, aún en países donde la libertad de transitar, expresarnos y pensar, como creer, es estandarte y distinción. La libertad nos compele, como un imperativo moral, a actuar correcta y responsablemente, mientras que, al optar libremente por algo, lo hacemos porque así lo decidimos, lo queremos, lo entendemos, o nos da la gana. Si vemos los actos de Donald Trump y sus populistas de derecha, ellos refieren que no violan explícitamente las leyes, sino que ignoran las reglas y costumbres no escritas, como ha señalado Zizek, y como recalca Trump, cuando vocifera se le quiere quitar la libertad porque él defiende el derecho a escoger de sus seguidores. Intercala significados y posiciones con imprecisiones antojadizas, caprichosas, que no dejan de ser peligros para la democracia. Prepara el camino para una respuesta ciega y destructora de sus fanáticos seguidores, a un resultado indeseado.
La política pone a riesgo el derecho a optar cuando lo manipula y trasgrede el deber y obligación a la libertad. Anne Applebaum y Peter Pomerantsev, señalan este peligro: cuando un partido trata de acaparar el concepto de freedom para sí mismo, los seguidores del otro partido se oponen automáticamente al concepto. Zizek es claro: “Una de las condiciones de la democracia política es que todos los agentes políticos hablan el mismo lenguaje, por ejemplo, que ellos entienden lo mismo de las reglas electorales, de tal forma que, aunque el resultado electoral no les favorece, ellos lo aceptan”. Todavía Trump y sus seguidores -republicanos alternativos- no lo aceptan, tampoco lo aceptarán en estas próximas elecciones.
El 6 de enero de 2021 en Estados Unidos, no fue otra cosa que un intento violento de golpe de Estado, con el autor intelectual sentado en una poltrona, convertido en testigo pasivo, “¡y qué!”, mientras las turbas envenenadas de sus seguidores, durante su campaña política -como ahora lo están- destruían para encontrar hombres y mujeres del Senado, para guindarlos, colgarlos o, al menos, golpearlos hasta el cansancio. “Si yo no soy electo, habrá baño de sangre”, ha pronosticado el mismo Donald Trump, “quien no habla en metáforas”, como señala oportunamente Sean Wilentz. Sin embargo, un sepulcral silencio acompaña a las más prestantes figuras del Partido Republicano, a la prensa norteamericana, que parece no dar importancia a sus discursos incendiarios y, naturalmente, a sus seguidores de MAGA, que no aceptarán otro resultado, “asidos a una fuerza ilimitadamente ambiciosa e implacable”, calificada así por Wilentz. Trump camina hacia una dictadura vengativa si ganara las elecciones.
No es difícil colegir esto porque Trump ha demostrado ser un hombre que rechaza las políticas democráticas y las reglas de la ley, aunque les sean útiles para alcanzar el poder y luego abandonarlas. “Cuatro años más, saben ustedes, eso lo vamos a arreglar, va a estar muy bien. Ustedes no tendrán que votar más nunca, mis bellos cristianos…”, decía a Nacionalistas Cristianos el pasado 26 de julio en el Encuentro de Creyentes, en Palm Beach, Florida. Es también un mentiroso patológico que utiliza la mentira, no para engañar, sino para demostrar qué tanto poderoso él es, como bien lo ha recordado Anne Applebaum.
Durante toda la actual campaña política en Estados Unidos no recuerdo un momento en que los periodistas hayan analizado sobriamente los discursos violentos de Trump, contra la institucionalidad -las normas institucionales y la Constitución- la escasez de propuestas puntuales de gobierno, y las constantes amenazas con lenguaje vulgar y despreciable para referirse a sus adversarios políticos. Ni siquiera honran los periodistas la verdadera historia, entonces, ¿por qué esperar otra cosa que no sea la voluntaria ceguera, en la percepción y decisión de sus seguidores o de los indecisos? No hay ni ha habido un solo momento donde señalen sus despropósitos, la continuación de ese golpe de estado que se inició el 6 de enero de 2021 y su rastrera grosería corporal y de lenguaje bajo en cada discurso.
A pocas horas de las elecciones norteamericanas, ya Trump y sus estrategas de campaña han revelado sus intenciones, costosamente abortadas el 6 de enero de 2021: (1) el asalto al sistema electoral, si no gana las elecciones; y, (2) el asalto al sistema político y las reglas de la Ley, si gana las elecciones, como lo señala Applebaum.
El autor es médico