La batalla del puente de Calidonia



Uno de los capítulos más dramáticos de la historia de nuestra capital culminó en esta fecha, 117 años atrás. El aniversario de esa conflagración pasa inadvertido para nuestros servidores municipales y la inmensa mayoría de la ciudadanía, ya que ni en el gobierno de la ciudad ni en las escuelas ni en la sociedad civil hay interés por recuperar y poner en valor nuestros hechos históricos.

Por eso es meritorio el esfuerzo de dos ciudadanos, Olimpo Sáez y Lisímaco López, quienes no dejan sin conmemoración la batalla del puente de Calidonia, sangriento episodio que concluyó el 26 de julio de 1900. Un armisticio firmado en esa fecha puso fin a los intensos combates entre insurgentes liberales y oficialistas conservadores librados en Corozal (21 de julio) y Calidonia (24-25 de julio), que cortaron la vida a unas 600 personas.

Los sucesos ocurrieron en el marco de la Guerra de los Mil Días que, como otras contiendas internas colombianas, nos envolvieron en su vorágine de furor y crueldad, con consecuencias repetidamente nefastas para nuestro país. La Guerra de los Mil Días se inició en Santander (Colombia) en 1899; Panamá se convirtió en escenario de lucha a partir de la incursión liberal en Punta Burica (Chiriquí) el 31 de marzo de 1900, dirigida por Belisario Porras.

El doctor Porras nombró comandante de sus tropas al militar colombiano Emiliano J. Herrera. Sus huestes avanzaron en dirección al corredor transístmico, consiguiendo victorias en cada enfrentamiento con el oficialismo.

Tras el triunfo liberal en la loma de La Negra Vieja (Bejuco, 7 de junio), se tomó la decisión de asaltar la capital. Según la estrategia elaborada, Herrera, con parte del ejército, procedería hasta Corozal, mientras que el doctor Porras, con otro destacamento, acamparía en Bique, para luego trasladarse hasta La Boca. Desde ambos puntos, las fuerzas liberales atacarían la ciudad.

Herrera, sin embargo, se adelantó y el 21 de julio venció en Corozal a los conservadores. Sin coordinar con el doctor Porras, se movilizó hasta Perry’s Hill (Perejil), donde estableció su campamento y envió un ultimátum al jefe oficialista, Carlos Albán, quien lo rechazó.

Ante la inminencia del enfrentamiento, los cónsules del Reino Unido, Francia y Estados Unidos visitaron a Herrera y a Albán, en un intento por evitar la ruptura de hostilidades o, al menos, reducir la carnicería. Mientras, residentes de la capital, incluyendo a mandos superiores del gobierno y el ejército, abandonaron la ciudad hacia Taboga; algunos pidieron refugio en el crucero Leander de la armada británica, anclado cerca de la isla.

La batalla principió el 24 de julio en los alrededores del puente de Calidonia, cerca de donde hoy están la Asamblea Nacional y la plaza 5 de Mayo. Contrario a lo esperado, los liberales, al mando de Herrera, sufrieron una catastrófica derrota. La intensidad de la pelea rebasó la capacidad de los servicios sanitarios para socorrer a los heridos y recoger los cadáveres de centenares de muertos.

El 25 de julio, Herrera escribió al cónsul inglés, Claude Mallet, para solicitar los servicios de “la ambulancia de la fragata de guerra surta en esta bahía”, a fin de “atender a los numerosos heridos” de su ejército. Bajo el emblema de la Cruz Roja, los marineros del Leander, encabezados por el cónsul Mallet, protagonizaron en Panamá la primera acción humanitaria inspirada por aquel movimiento internacional.

En sus Memorias de las campañas del istmo, Belisario Porras, quien arribó a la capital para encontrarse con los hechos cumplidos, describió el panorama infernal que presenció: cuerpos inertes “a uno y otro lado del camino”, la vía “solitaria y silenciosa”, “abandonadas las casas, entreabiertas las puertas, dejando ver dentro de algunas de ellas montones de cadáveres en diferentes posiciones”.

La batalla del puente de Calidonia produjo sufrimiento, terror y luto en todas las capas sociales, especialmente en los grupos antillanos y otros segmentos populares que residían en las inmediaciones. Este acontecimiento nos recuerda que la violencia organizada a gran escala no es ajena a nuestra experiencia.

Deber de estadistas, analistas y polemistas es estar atentos a los factores que pueden producir esa violencia y sugerir medios para prevenirla, antes de que atrape en su turbulencia a personas inocentes, como ocurrió en Panamá recién comenzado el siglo XX.

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